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La Palabra de Dios nos enseña a ser responsables de los dones recibidos. Dios nos ha dado talentos, dones suyos. Seamos agradecidos. El primer don que reciben los empleados es la confianza de su señor. Dos de ellos la aceptan, se ponen en pie y corresponden con su actividad. En cambio, el tercero tuvo miedo y se inhibió. El segundo don es el tiempo. Cada día es un talento, un regalo de Dios que nos llega cargado de gracia y de ilusiones. Los dos primeros aprovechan el tiempo. En cambio, el tercero lo neutraliza. No vale dejar que pase el tiempo ni entretenerse o aburrirse mientras vuelve el señor, sino que es un tiempo activo y lleno de responsabilidad. El tercer don, por descontado, son los talentos, más o menos numerosos. Talentos son las sonrisas y el amor que Dios ha puesto en cada uno. Los talentos recibidos son como don para los demás y no se pueden enterrar. El tercer empleado es condenado sin haber hecho nada malo, simplemente por no haber hecho nada, por poner todo su cuidado en conservar lo recibido. Los dones son para ponerlos a fructificar y, a ser posible, no para uno mismo, sino para los demás. Es sabio aquel que habiendo recibido el don apuesta por él y lo pone al servicio de otros. Es necio quien no lo hace. La laboriosidad y el cumplimiento de las responsabilidades se valoran en lo humano, y Dios lo recompensa. A veces los malos ejemplos pueden influir en nuestra vida cristiana y nos dejamos arrastrar por ellos. Pablo nos invita a la vigilancia y a la responsabilidad para que, cuando vuelva el Señor, podamos rendir el doble o más de lo que recibimos.