La asamblea con la que hemos inaugurado este nuevo curso parroquial, en la mañana del 27 de septiembre, ha tenido desde el comienzo un hilo conductor que nos sostiene y nos impulsa: la alegría del Evangelio. Esa alegría no se queda en un lema escrito, sino que se ha hecho experiencia desde el primer instante en que nos hemos reunido casi todos los grupos de la parroquia, conscientes de que juntos abrimos un tiempo nuevo en el que queremos dejarnos guiar por el Espíritu y caminar como comunidad viva.

El encuentro se ha abierto con una oración guiada por nuestro párroco, en la que cada grupo ha tenido un espacio para ofrecer lo que es y lo que aporta, y en ese clima de oración se ha dado un momento especialmente simbólico que nos ha ayudado a expresar con sencillez lo que llevamos dentro: cada persona ha escrito en una carita sonriente cómo desea comenzar el curso, y al colocarlas delante del Señor hemos dejado en sus manos nuestra esperanza, nuestros anhelos y la confianza de que es Él quien hace fecundo todo lo que ponemos a sus pies. El gesto ha sido tan simple como profundo, porque en esas sonrisas se reconocía la fe de un pueblo que quiere iniciar el camino con gratitud y con ilusión renovada.

Después de ese tiempo orante hemos compartido un café que la parroquia había preparado con cariño, y allí, alrededor de las mesas, se han cruzado conversaciones, risas y palabras que han sido también parte de la oración. Se notaba la alegría de encontrarnos de nuevo, de reconocernos cercanos y de descubrir en lo cotidiano la belleza de la fraternidad.

Con el corazón dispuesto hemos pasado a la formación, escuchando testimonios que nos recordaban la vocación misionera de la parroquia y recibiendo la riqueza de la carta pastoral de inicio de curso de monseñor José Cobo, junto con el documento sobre el consejo pastoral que ilumina nuestro modo de trabajar y de organizarnos. Cada intervención abría horizontes y nos ayudaba a comprender que la comunidad crece cuando se forma, se escucha y se deja guiar por el Espíritu que inspira caminos de comunión y de servicio.

La asamblea ha tenido también un momento práctico en el que hemos compartido la importancia de la evangelización digital, el calendario del curso y las fechas de formación parroquial. Podría parecer un simple reparto de información, pero en realidad ha sido la confirmación de que cada actividad, cada encuentro y cada compromiso son oportunidades para encarnar la alegría del Evangelio en gestos concretos de comunidad.

Hemos cerrado el encuentro con una última oración que recogía todo lo vivido y lo ponía en manos de Dios, con la certeza de que este curso será un tiempo de gracia si lo caminamos unidos. Al final quedaba la gratitud hacia quienes han preparado cada detalle, hacia quienes han ofrecido su palabra y su testimonio, y sobre todo hacia el Señor, que nos ha regalado comenzar así, con un corazón lleno de esperanza. La asamblea ha sido, en definitiva, un signo claro de lo que queremos ser como Iglesia: un pueblo que ora, que se alegra al compartir, que se forma para crecer y que se organiza para servir mejor, siempre con la alegría del Evangelio como luz y horizonte.

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