Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial
Cada martes del curso 2024-2025, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día:
El sentido del sufrimiento: una mirada de fe y esperanza
El sufrimiento es una realidad que a menudo nos toma por sorpresa y puede dejarnos llenos de preguntas. Sin embargo, como cristianos, encontramos consuelo en una verdad profunda: Dios no quiere nuestro sufrimiento, pero está siempre a nuestro lado para darnos fuerza, sostenernos y guiarnos hacia un propósito mayor. Como nos recuerda el salmista: “El Señor es mi roca, mi fortaleza, mi libertador” (Salmo 18, 2).
El sufrimiento nos une al amor de Cristo
Jesús, en su pasión, asumió nuestro dolor no porque Dios lo quisiera, sino porque quiso acompañarnos en nuestra humanidad rota. Él transforma lo que parece insuperable en un camino de salvación. En nuestro dolor, Cristo no se queda distante, sino que camina con nosotros, comparte nuestras cargas y nos invita a poner nuestra confianza en Él. Cuando unimos nuestro sufrimiento al de Cristo, encontramos sentido y esperanza, sabiendo que Él siempre convierte la cruz en resurrección.
Una oportunidad para crecer en amor y solidaridad
El sufrimiento, aunque no viene de Dios, puede ayudarnos a mirar más allá de nosotros mismos y acercarnos a quienes también están pasando por dificultades. El dolor nos hace más sensibles, más humanos, y nos invita a vivir el amor verdadero, que se entrega sin medida. San Pablo nos exhorta: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo” (Gálatas 6, 2). Cuando acompañamos a los demás en sus luchas, nos convertimos en signos vivos del amor y la compasión de Dios.
Un espacio para encontrarnos con Dios
Aunque no entendamos plenamente el porqué del sufrimiento, podemos vivirlo como un lugar donde Dios se hace presente de forma especial. Él no nos abandona ni nos deja solos; al contrario, nos invita a acercarnos a Él en la oración, en los sacramentos y en la comunidad cristiana. En esas pruebas, descubrimos que su amor nos sostiene, y que nuestra fe puede fortalecerse no por evitar el dolor, sino por experimentar su consuelo y su gracia en medio de él.
El sufrimiento nunca es un deseo de Dios, pero en su amor infinito, Él puede transformarlo en una oportunidad para crecer en amor, fe y esperanza. Dejemos que su presencia nos llene de fuerza y que, a través de cada dificultad, podamos reflejar el amor que Él siempre tiene por nosotros. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4, 13).