A veces, los encuentros más sencillos son los que mejor nos recuerdan lo que realmente significa ser comunidad. Basta con compartir un juego, una risa o una conversación para darnos cuenta que, en el fondo, todos caminamos juntos. La fe también se vive así: en lo cotidiano, en lo que une generaciones, en los espacios donde la alegría nos hace sentir en casa.

Con este espíritu, el 8 de febrero, la Cofradía de Santiago Apóstol de Collado Villalba, junto con los grupos de jóvenes de la parroquia, convirtió por una tarde los salones parroquiales en un tramo del Camino de Santiago, no para recorrerlo con los pies, sino con el corazón y el juego como excusa.

Al cruzar la puerta, las señales del Camino nos invitaban a entrar en la experiencia: flechas amarillas, letreros de “Buen Camino”, cruces de Santiago y, en el recibidor, un gran mapa de España con las diferentes rutas que conducen hacia Santiago.

La Tarde de Juegos Intergeneracionales reunió a 96 personas de todas las edades en torno a tableros, cartas y dados, en un ambiente de fraternidad que nos recordó que, más allá de la meta, lo que realmente importa es disfrutar juntos del trayecto.

Tras unos instantes de organización —¡96 participantes no son pocos!—, nos distribuimos en nueve salones parroquiales, cada uno convertido en un pequeño rincón del Camino de Santiago: Monte do Gozo, Arzúa, Sarria… Con fotos de peregrinos jóvenes y cofrades que habían pasado por allí en sus propias peregrinaciones, era fácil imaginarse caminando por esos mismos senderos.

Lo más bónito fue la diversidad de quienes se sumaron a esta tarde intergeneracional: desde niños de tres años hasta mayores de 86, pasando incluso por algún bebé que gateaba entre risas. En cada salón, los juegos tomaron protagonismo: el tradicional juego de la oca y el parchís, pero también cartas, dominó, mus, tute, ping-pong y un gran tres en raya. Incluso los más pequeños encontraron su espacio con muñecos, cuentos, un parchís gigante y un juego del Memo. No faltaron tampoco los juegos más modernos, como el UNO o el Dooble, que algunos aprendieron sobre la marcha.

El clero tampoco se resistió: hubo sacerdotes echando partidas, disfrutando del ambiente y —en algún caso— corriendo a celebrar misa tras una jugada rapida. Y como en todo buen camino, la hospitalidad no faltó: la Cofradía nos sorprendió con un delicioso tentempié para reponer fuerzas.

La tarde pasó volando, dejando en el aire esa sensación de haber compartido algo grande. Más que un simple encuentro, fue una experiencia de comunidad, de esas que nos recuerdan que el camino de la fe también se juega, se disfruta y se vive juntos.

Al año que viene… ¡más y mejor! ¿Te apuntas?

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