Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial
Los martes del curso 2024-2025, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día: Es tiempo de confiar: el Espíritu habla en el silencio
En estos días en que la Iglesia entera vuelve la mirada hacia Roma, algo muy profundo se mueve en el alma creyente. Comienza el Cónclave. Las puertas de la Capilla Sixtina se cerrarán el 7 de mayo, y dentro de ese espacio sagrado, 133 cardenales buscarán juntos, bajo la luz del Espíritu, a aquel a quien el Señor quiere confiar la misión de pastorear su Iglesia en este tiempo.
Hay algo que nos conmueve al pensar en ese instante de recogimiento. No es una elección humana más, no se trata de estrategias ni de votos como en otras decisiones. Es un acontecimiento espiritual que nos implica a todos, aunque lo vivamos desde lejos. Porque cuando la Iglesia entra en Cónclave, también nosotros somos invitados a entrar en oración, a recogernos, a dejar que el Espíritu nos hable por dentro. Es tiempo de oración, sí, pero también de discernimiento comunitario, de escucha interior, de disponibilidad humilde a lo que Dios quiera mostrar.
Tal vez lo más importante en este momento no sea adivinar nombres ni hacer conjeturas, sino abrir el corazón y sostener a nuestros pastores con una oración confiada y humilde. Pedir con ternura, con esperanza, con esa fe que sabe que el Señor no abandona a su pueblo. Pedir para que los cardenales, movidos por una escucha profunda, sepan discernir juntos, con el corazón abierto, al sucesor de Pedro que la Iglesia necesita hoy.
La historia de la Iglesia está tejida de estos momentos únicos, donde la barca de Pedro busca capitán. Y mientras el mundo mira con expectación, nosotros nos sabemos familia que ora. Nos sentimos llamados a formar parte desde la intercesión. Porque algo grande está a punto de nacer, y el mundo necesita testigos que acompañen ese parto con confianza y alabanza. Es también un tiempo de discernimiento compartido, de presencia espiritual que acompaña, aunque sea en la distancia.
A veces, el corazón busca un lugar donde descansar, donde comprender, donde esperar sin ansiedad. Este es uno de esos momentos. Uno de esos umbrales que nos recuerdan que Dios sigue obrando, que la historia no está suelta, que hay un Espíritu que guía, consuela, alienta. Y ese Espíritu también nos envuelve a nosotros, invitándonos a un discernimiento personal que se suma al de toda la Iglesia.
Oremos juntos, acompañemos con el corazón a esos hombres que, con temor y temblor, van a entrar en el silencio del Cónclave. Que el Espíritu los visite, los abrace, los ilumine. Que la elección que hagan no sea fruto de consensos humanos, sino de una escucha humilde a la voluntad del Padre. Que sepan ver con ojos nuevos, y percibir los susurros de Dios en medio de tantas voces. Que el discernimiento sea el hilo invisible que los una en la búsqueda del bien de toda la Iglesia.
Y mientras tanto, aquí estamos. En las parroquias, en los hogares, en los hospitales, en las periferias, en los caminos de cada día… aguardando. No como quien espera pasivamente, sino como quien camina con los ojos abiertos y el corazón dispuesto. Porque la Iglesia no es solo la que elige, es también la que ora, la que acompaña, la que espera con amor. Y también la que discierne en cada gesto, en cada decisión, en cada paso de fe.
Que el Espíritu nos encuentre orando juntos. Que nos encuentre creyendo, esperando, amando. Como hijos, como hermanos, como comunidad que se sabe sostenida por una promesa que no defrauda. Porque cuando oramos por la Iglesia, también dejamos que ella ore en nosotros. Y en esa oración, el discernimiento se hace camino de comunión, de luz, de entrega.
