Compartimos la reflexión que ha preparado nuestro párroco, D. José María, invitándonos a vivir este trimestre desde el cuidado:

Al comenzar este curso elegimos el lema: Apasionados por la vida”. Nosotros que confiamos en el Señor de la Vida, estamos llamados a vivirla con pasión, con entrega.

Esta actitud la traducimos este trimestre como CUIDADO de las personas, de la vida, de sus opciones específicas y vocacionales. Por eso se nos invita a “arriesgar la vida”, quien no arriesga es un perdedor, “a cuidar la vida” del planeta, de la familia, del propio corazón…, porque Dios piensa en nosotros, “apasionados por la vida”, como bálsamo para este mundo herido por tantas contradicciones y desencuentros.

Cuidar es reconocer que la vida es precaria y que hay que obrar en consecuencia. Es un acto de sensatez y de amor por el que admitimos con serenidad que somos frágiles, y que todo lo bueno que hay en nosotros también es frágil: ¿no lo es acaso la paz? ¿no lo son la sabiduría, la pureza, la justicia, la humildad? ¡Casi nos parece que ese es el sello del bien: ser débil’!

Y en efecto, si somos pobres en el bien no es porque nos hayan faltado bienes, sino porque los hemos perdido. Aprender a cuidar es entontes un acto de gratitud a Dios y a quienes nos hacen bien. Es también una actitud de misericordia; es como la raíz del amor. Y, de hecho, ¡Cuánto amamos a quienes nos han cuidado!

Cuidar supone conocer y valorar lo que somos y tenemos, y entender que el torrente del bien no puede detenerse en nosotros. No es, pues, una justificación para el egoísmo, porque cuidar no es simplemente conservar. Más bien: cuidar es lograr que cada uno y cada cosa alcance su meta; que sea lo que puede ser, lo que está llamado a ser. Es obstinarse en dar la oportunidad al que tal vez la necesita y no la ha tenido.

¿Qué hemos de cuidar? ¿a quién tenemos que cuidar? A todo y a todos. El mundo, casa del hombre y la mujer. Y al hombre y la mujer, a cada uno de ellos. Hay que cuidar el cuerpo y su salud; el alma y su virtud, la familia, la sociedad y la justicia. Dios nos conceda participar de la tarea amorosa y apasionante que es el tratar de cuidar como cuida Dios de toda la creación, con amor de Padre.

Nos fijamos este trimestre en el icono del Buen Samaritano. La parábola del buen samaritano orienta al hombre para que la sociedad reconstruya su orden

político y social y se oriente al bien común. En ella, podemos descubrir cómo cada uno de nosotros tenemos algo de heridos, algo de los que pasan de largo, pero también algo de samaritanos.

El amor rompe aquello que nos separa, tiende puentes, nos vincula al herido. Cuando se ama, en el caído no se mira si es de aquí o de allá. Simplemente se ve que el amado esta caído. Es necesaria una sociedad que haga propia la fragilidad del excluido. Cada hombre, cada mujer, cada joven, cada adolescente, cada niño, con su actitud solidaria y atenta se acerca a la actitud del Buen samaritano. ¡Dios confía en lo mejor que cada uno tiene dentro!

Se puede rehacer una comunidad a partir de hombre y mujeres, que se hacen prójimos, que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión. Dios confía en lo mejor del espíritu humano y le alienta a que se adhiera al amor, reintegre al dolido y construya una sociedad digna de tal nombre.