Hoy celebramos el día de la madre, y con él, todo lo que esa palabra despierta en lo más hondo. Más que una fecha marcada, es un gesto de gratitud hacia quienes han hecho del cuidado un modo de estar en el mundo, hacia quienes han acompañado con ternura callada, hacia quienes han sostenido sin esperar reconocimiento, sin exigir palabras, sin dejar de estar. Una madre no es solo quien da la vida, sino quien la acompaña, la alienta, la protege y la celebra, incluso en medio del cansancio, de la incertidumbre o del silencio.

Cada persona llega a este día con una historia distinta, y todas importan. Están quienes agradecen poder abrazar a su madre, compartir con ella un café, una risa o un suspiro. Otras personas miran al cielo porque ya no está, pero sienten que algo de su amor sigue latiendo dentro. También hay quienes han recibido el cuidado materno de una tía, una abuela, una educadora, una amiga, mujeres que han sido madre sin haber pasado por un parto, pero que han sabido estar, acoger, cuidar, ser hogar. Y hay historias más complejas, con heridas abiertas o vínculos ausentes, que también forman parte de este día, y merecen ser abrazadas con ternura y sin juicio.

En este día se hace presente, de un modo especial, María. Mujer sencilla de Nazaret, madre que acogió, que sostuvo, que acompañó a su Hijo hasta la cruz. Desde allí nos fue confiada como madre de todos, y desde entonces camina a nuestro lado, sin hacer ruido, pero sin alejarse jamás. Ella conoce el lenguaje del amor silencioso, la fidelidad en lo pequeño, el dolor de ver sufrir y la esperanza que no se apaga. En ella descubrimos una maternidad que no divide, que no exige, que solo se da.

Celebrar este día es también recordar que el amor recibido no desaparece, que lo sembrado con ternura sigue dando fruto, que cada gesto de cuidado deja una huella que no se borra. Porque allí donde una mujer ha entregado su vida con amor, ha acompañado en medio del cansancio, ha sido consuelo en la noche o fuerza en la fragilidad, allí se ha revelado algo del rostro de Dios, que se nos hace cercano a través de manos humanas, y eso, sencillamente, es para dar gracias.