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REFLEXIÓN (Papa Francisco)
“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”. Al igual que Pedro y las mujeres, tampoco nosotros encontraremos la vida si permanecemos tristes y sin esperanza y encerrados en nosotros mismos.
Abramos al Señor nuestros sepulcros sellados—cada uno de nosotros los conoce—, para que Jesús entre y los llene de vida; llevémosle las piedras del rencor y las losas del pasado, las rocas pesadas de las debilidades y de las caídas. Él desea venir y tomarnos de la mano, para sacarnos de la angustia. Pero la primera piedra que debemos remover es esta: la falta de esperanza que nos encierra en nosotros mismos. Que el Señor nos libre de esta terrible trampa de ser cristianos sin esperanza, que viven como si el Señor no hubiera resucitado y nuestros problemas fueran el centro de la vida. ¿Cómo podremos alimentar esta esperanza? La liturgia de esta noche santa nos enseña a hacer memoria de las obras de Dios. Las lecturas nos narran su fidelidad, la historia de su amor por nosotros. Hacer memoria de todo lo que Él ha hecho en nuestra vida. No olvidemos su Palabra y sus obras; recordémoslas y hagámoslas nuestras, para ser centinelas del alba que saben descubrir los signos del Resucitado.
¡CRISTO HA RESUCITADO! Y nosotros tenemos la posibilidad de abrirnos y recibir su don de esperanza. Abrámonos a la esperanza y pongámonos en camino; que el recuerdo de sus obras y de sus palabras sea la luz resplandeciente que oriente nuestros pasos confiadamente hacia esa Pascua que no conocerá ocaso.