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La fe no consiste en tener una opinión sobre Dios u observar una forma cultural o rezar una devoción. La fe consiste en creer en la existencia de Dios, que creó, redimió y redime en el presente. Dios no actúa en la historia como un mago. La creencia en Dios conlleva convicciones, sentimientos y actividades.
El profeta Habacuc ve el triunfo del mal en el mundo y, angustiado, interroga a Dios. Nos sentimos abrumados cuando leemos los periódicos o escuchamos en la radio o en la televisión noticias de desgracias, guerras, violencias, injusticias, terrorismo, catástrofes, etc. Y nos preguntamos: ¿por qué suceden todas estas cosas? Dios nos responde como respondió un día al profeta Habacuc. Dios conoce
los tiempos y actúa a su debido tiempo. Dios nunca falla. El profeta gritó a Dios, y nosotros necesitamos gritar con fe al Señor y, a la vez, exclamar que somos siervos inútiles y hemos hecho lo que debíamos hacer para desterrar de la faz de la tierra todo lo que destruye y destroza al hermano. La fe es un don, una gracia. Nadie puede conquistarla ni comprarla, solamente se pide al Señor. Para Habacuc, la fe en Dios es un “grito desesperado” ante la situación del pueblo y el silencio divino; para Pablo es un “testimonio”; para Juan es la “fuerza que vence al mundo”; para Lucas es la “súplica oracional” de los discípulos para ser idóneos imitadores de Cristo. Lo importante es saber “ver” siempre a Dios en los signos de los tiempos. Esa fe es la que tiene capacidad de hacer milagros y mover montañas.