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Dios crea, ama y perdona. Bajo esta óptica hay que meditar el Evangelio de la conversión de Zaqueo, el odiado recaudador de impuestos romanos.
La salvación de Zaqueo por Jesús comienza con el deseo, casi infantil, desafiando respetos humanos, de subirse a un árbol para ver mejor al Señor que pasa. Esta salvación continúa con la sorpresa de la invitación de Jesús, que quiere alojarse en su casa; y culmina con la respuesta de conversión generosa y decidida del rico jefe de publicanos: “La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le retribuiré cuatro veces más”.
La conversión radical de Zaqueo se manifiesta sobre todo en la solidaridad efectiva con los pobres y con las víctimas de la injusticia. Por eso la conversión es al mismo tiempo una reorientación hacia Dios y un acto social y comunitario. Cuando se experimenta el perdón de Dios no hay más remedio que encaminarse por una ruta de alegría y de donación. Como dice el libro de la Sabiduría, Dios se compadece de todos, cierra los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan, ama a todos los seres y a todos perdona porque son suyos, corrige poco a poco a los que caen y a los que pecan les recuerda su pecado para que se conviertan y crean.
El cristiano es el que experimenta todos los días el perdón de los pecados; por eso se debe reconquistar con intensidad el valor del sacramento de la reconciliación y celebrarlo con amor y con pasión.