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Domingo XXXI del T. O. (Marcos 12,28b-34)

En el Evangelio de hoy, un escriba se acerca a Jesús para preguntarle cuál es el mandamiento más importante. Jesús responde con una claridad y una sabiduría que nos invita a profundizar en nuestra fe y en nuestra relación con Dios y con los demás.

«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» y «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». En estas palabras, Jesús nos presenta el núcleo de nuestra vida cristiana: el amor total e incondicional. Este mandamiento nos reta a poner a Dios en el centro de nuestras vidas y a dejar que su amor nos transforme por completo, guiando nuestras acciones y decisiones diarias.

La segunda parte de este mandamiento es igualmente desafiante y hermosa. Amar al prójimo como a uno mismo implica una entrega y una generosidad que van más allá de lo superficial. Nos llama a ver en cada persona el reflejo del amor de Dios, a ser compasivos, y a actuar con justicia y misericordia. Este amor no es solo un sentimiento, sino una decisión diaria de buscar el bien del otro, de construir una comunidad donde cada uno se sienta valorado y amado. En el encuentro con el otro, especialmente con los más necesitados y vulnerables, encontramos a Cristo mismo.

Desde la fe, estamos invitados a vivir este mandamiento reconociendo a Dios como el fundamento de todo nuestro ser, confiando en su presencia y dejando que su amor nos guíe en cada paso que damos.

Desde la esperanza, sabemos que el amor auténtico tiene el poder de transformar nuestras vidas y nuestras relaciones, y que cada acto de amor, por pequeño que sea, contribuye a la construcción del Reino de Dios.

Desde la caridad, este evangelio nos impulsa a actuar con un amor práctico y concreto, buscando siempre el bien de los demás, siendo testigos vivos del amor de Dios en el mundo. Que nuestro amor a Dios y al prójimo sea siempre una respuesta agradecida y generosa al amor que hemos recibido primero.