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Cuando dejamos de lado tareas importantes de la vida personal, familiar o social, decimos: «No tengo tiempo». Nos encontramos con personas muy ocupadas que encuentran tiempo para todo. El evangelio de hoy presenta una jornada de Jesús en torno al sábado, algo que evoca nuestro «fin de semana». Parece que tiene tiempo para todo.
Quien quiere seguir a Jesús se debe fijar en tres aspectos: cura, ora y anuncia el Reino. Cristo está hoy presente entre nosotros y continúa haciendo el bien, cura dolencias, enjuga lágrimas, da esperanza a un mundo enfermo que llora desesperado. Su Palabra sigue hoy curando la enfermedad que padece la humanidad; transforma la mentira y la injusticia por la verdad y la justicia. Su palabra consuela y anima, vivifica lo que está perdido y muerto. Su fuerza salvadora cura las heridas de una humanidad destrozada por la metralla de la violencia y odios, de las guerras y
egoísmos. La mano salvadora de Cristo se multiplica en las mil manos de sus discípulos que continúan haciendo el bien y creando un mundo más justo y fraternal. Por otro lado, el autor del libro de Job pone de manifiesto dos afirmaciones: primera, que la vida afortunada no es señal de vida justa, y la vida desgraciada no es signo de impiedad. Segunda, a pesar de los insufribles males que aquejan a Job, proclama que es necesario creer y buscar a Dios, a pesar de la impresión de que Dios se aleja del hombre sufriente. Es imposible encontrar una explicación al misterio del mal sin una salida a la trascendencia. También el libro de Job ofrece un magnífico ejemplo de solidaridad con las personas que sufren: sus amigos acompañan largamente a Job en sus males y en sus desdichas, y le ofrecen no solo el consuelo de su compañía, sino la búsqueda solidaria de soluciones y explicaciones a su sufrimiento. Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir a engendrar compasión es una sociedad cruel e inhumana.