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Este año el evangelista san Lucas, nos presenta en la Cuaresma la llamada a la conversión desde la perspectiva de la misericordia del Padre: su amor busca atraer a los hombres hacia sí, pero los hombres no llegan hasta Dios sin más, tienen que experimentar la dureza de la tentación y apropiarse del misterio pascual, pasar, como miembros de un pueblo errante, por la muerte y resurrección para entrar en la presencia de Dios glorificados, transfigurados.
Para san Lucas, el evangelio de hoy contiene una advertencia importante: la tentación es la prueba que termina con el reconocimiento por parte del Padre, y su firme voluntad de permanecer siempre con el Hijo. El cristiano se ve así reconfortado ante las dificultades que se le anuncian. Mientras elijamos comer el pan de vida, escuchar la palabra de Dios y aceptar la voluntad del Padre, la Cuaresma, y como ella la vida cristiana, terminará en gloriosa transfiguración. Porque somos hijos de Dios y herederos de su gloria.
Por eso la primera lectura nos presenta la historia de Israel: un arameo errante y su descendencia se convierten, por su fe en Dios, en primicia de un gran pueblo que puede presentar a Dios las cosechas de los frutos de su nueva tierra. Ni la esclavitud ni el desierto han podido con la voluntad de Dios: su pueblo ha permanecido con Él, y le devuelve su bendición en forma de cosecha. Dios permanece junto al hombre, hace que dé fruto, y que pierda, por tanto, el miedo a todo tipo de desgracias, «áspides y víboras, leones y dragones», porque en la vida, y como en ella en la Cuaresma, «el Señor está conmigo, en la tribulación». La Cuaresma es tiempo para experimentar la cercanía de Dios, la protección de Dios; es tiempo para descubrir, en el fondo, el amor de Dios que no se separa de su pueblo cuando éste lo pasa mal o es puesto a prueba.
La celebración de la Iglesia, la liturgia, nos enseña a profesar el nombre del Señor (2ª lectura) para poder recurrir a Él en la prueba y en la tentación. Profesando con los labios la fe que llevamos en el corazón experimentamos totalmente la fuerza salvadora de Dios para ir por la vida. Y es que, aunque cada día la tribulación, el Tentador, nos asalta en multitud de ocasiones, el nombre de Jesús tiene el poder de despedir al demonio «hasta otra ocasión». Nosotros, hijos por Jesús, hijos con Jesús, podemos afrontar el camino cuaresmal, la tentación, la prueba, confiados en que el Señor está con nosotros en cada tribulación. Vamos a caminar, vamos a descubrir dónde reconocemos la presencia del Señor con nosotros y dónde aún somos errantes.