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XXVII Domingo T. Ordinario (Marcos 10, 2-16)

En el Evangelio según Marcos, Jesús enseña sobre el matrimonio y la importancia de los niños. Frente a las preguntas de los fariseos sobre el divorcio, Jesús recalca la unidad y la indisolubilidad del matrimonio como un vínculo sagrado, establecido por Dios desde el principio. Este pasaje nos invita a reflexionar sobre la dignidad y el compromiso del matrimonio cristiano, llamándonos a renovar nuestra fe en la promesa mutua y en el amor que debe sostener esta unión.
Jesús también acoge a los niños con ternura y los presenta como modelo de receptividad al Reino de Dios. Al afirmar que el Reino pertenece a aquellos que son como ellos, nos recuerda la pureza y la sencillez de corazón que debemos mantener para recibir su gracia. Esta llamada nos desafía a acoger con humildad la enseñanza de los pequeños, reconociendo su capacidad de mostrarnos la sinceridad y la confianza que debemos tener hacia Dios.

Desde la fe, el Evangelio nos llama a renovar nuestro compromiso conyugal con una fidelidad que refleje el amor incondicional de Dios. Nos invita a buscar en cada matrimonio la presencia y la gracia divina, fortaleciendo así nuestra unidad en momentos de prueba y celebrando la bendición de la familia como un reflejo del amor de Dios por su pueblo.

Desde la esperanza, nos alienta a mantenernos receptivos al mensaje de Cristo, tal como lo hacen los niños, con un corazón abierto y confiado en su promesa de vida eterna. Este pasaje nos desafía a cuidar y nutrir la fe de los más jóvenes, guiándolos hacia un encuentro auténtico con Jesús y preparándolos para recibir su Reino con alegría y esperanza.

Desde la caridad, nos impulsa a valorar y proteger la inocencia y la pureza espiritual de los niños, reconociéndolos como portadores de la luz de Cristo en el mundo. Nos llama a ser instrumentos de su paz y misericordia, modelando nuestras vidas según su ejemplo de acogida y compasión hacia los más pequeños y vulnerables.