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Humanamente hablando, la viuda de Sarepta salió ganando, en cambio, la del evangelio, deposita el dinero que necesitaba para vivir y se va sin recompensa alguna, ni siquiera oye la alabanza del Maestro. Su acción generosa es inadvertida por los que pasaban junto al arca de las ofrendas o que depositaban de lo que les sobra. Su acción fue reconocida por el Señor, porque conoce el corazón humano. No damos al Señor para que nos devuelva, no actuamos en busca de ganancia, ni para ser vistos, sino por fe y amor, por generosidad y confianza. Las dos viudas actuaron según el espíritu de las bienaventuranzas. Quien da de lo necesario para vivir, no solamente da sino que se da a si mismo. Quién da de lo que le sobra, no tiene mérito alguno. La generosidad rompe los límites del egoísmo.