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Domingo II Adviento (Mateo 3, 1-12)

El mensaje de Juan el Bautista despierta el corazón y prepara el camino para el Señor que llega con misericordia. Su voz invita a volver a lo esencial y a revisar la vida desde la verdad interior. En ese proceso aparece una actitud que transforma cada paso: agradecer. Cuando agradecemos, el corazón se ensancha y la mirada se aclara, porque percibimos la presencia de Dios en aquello que parecía pequeño. Agradecer convierte el desierto en un lugar fértil, abre espacio a la gracia y despierta una serenidad que ilumina la espera.

Este Adviento puede convertirse en un tiempo para agradecer con más hondura. Agradecer la paciencia de Dios, que siempre sale a nuestro encuentro. Agradecer las personas que acompañan, los gestos que levantan, los aprendizajes que maduran la fe. El agradecimiento crea un clima interior donde la Palabra encuentra espacio para crecer. Así, el camino hacia Jesús se hace más suave, más verdadero, más lleno de esperanza.

Desde la fe: agradecer la presencia constante del Señor, que guía cada día con fidelidad y ternura.

Desde la esperanza: agradecer los signos que animan y sostienen, incluso los que llegan de forma silenciosa.

Desde la caridad: agradecer el regalo de cada persona, reconociendo su valor y ofreciéndole un trato lleno de dignidad.