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La fiesta del bautismo de Jesús nos invita a profundizar en su identidad y en su misión. Jesús se manifiesta públicamente a su pueblo en las orillas del río Jordán. La fiesta de hoy es una continuación de la Epifanía. Jesús, en el Jordán, santificó con su presencia el agua del río y de todos los baptisterios del mundo. El lugar en donde fue bautizado Jesús fue el mismo sitio por el que el pueblo hebreo atravesó el río para entrar en la tierra prometida.
Jesús cambió radicalmente su vida cuando se sumergió en el agua del río para ser bautizado por Juan; también el pueblo hebreo, cuando entró en el río para entrar en la tierra prometida, cambió su vida. Hoy la Iglesia hace memoria del bautismo de Jesús y nos recuerda también nuestro bautismo. Nuestra vida cambió en las aguas bautismales. Pasamos del pecado a la gracia, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida. Fue un cambio radical. En el bautismo comenzamos un nuevo camino de gracia y de paz. La fidelidad al bautismo nos exige vivir y expresar nuestra fe, ser evangelizados por la Palabra y ser evangelizadores de una sociedad indiferente o increyente. El bautizado no puede colaborar con la cultura de la muerte ni promover obras de injusticia, de violencia, de egoísmo, de odio o de envidia, ni ser portador de guerra y de división. El católico debe pasar haciendo el bien y curando a los oprimidos.