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Domingo 1º de Cuaresma (Lc. 4, 1-13) Las tentaciones de Jesús.

Al igual que Jesús a lo largo de la vida, somos tentados. Las tentaciones se nos presentan de forma muy atrayente, por eso caemos en ellas. Se nos presentan como caminos más fáciles para acceder a lo que queremos o imaginamos, pero que siempre nos alejarán del proyecto de Dios para nosotros. El maligno siempre nos va a tentar por medio de tres aspectos:

1) Nuestra mejor cualidad ¡sí, así como lo oyes! Lo que hará el maligno es endiosarte susurrándote al oído que eres el mejor, que compitas con los demás, o no soportes ninguna crítica que se te haga, porque eres el mejor.

2) Nuestras heridas: Toda herida no sanada de nuestra historia será caldo de cultivo para que saltemos a la primera cuando alguien sin querer roza la herida. Nos hará lanzarnos y atacar con fiereza a quien creemos nos lastimó; o lo que es peor nos pondrá en tesitura de “reivindicar” de manera no saludable esa carencia que no hemos sanado.

3) Por último y lo más conocido son nuestros defectos: en este caso incluso narraremos o contaremos a los demás nuestros defectos presentándoselos como si fueran nuestras mejores virtudes: por ejemplo, quien te dice: “tengo el defecto de ser perfeccionista” y en realidad te lo cuenta como si fuera una virtud, ¡vaya ignorancia!

Desde el amor: amemos nuestra fragilidad.

Desde la esperanza: deseemos cambiarla.

Desde la fe: confiemos en que el Señor nos ayudará.