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Iniciamos la Semana Santa. Jesús inaugura un nuevo período de la historia y un tiempo de salvación para el mundo. Participaremos en las celebraciones del Triduo Pascual. Día a día nos dejaremos llevar al Cenáculo, al monte Calvario y al sepulcro vacío para celebrar su resurrección. Todo es misterio.
El bautismo nos abre la puerta para entrar en el misterio y nos pide que nos configuremos, con la gracia divina, con Cristo muerto y resucitado. Nuestra vida en Cristo no es fácil y necesitamos de la ayuda divina. Jesús entra triunfante en la ciudad de David rodeado de la multitud. Los gritos de alegría y triunfo se convertirán dentro de pocos días en gritos de “crucifícale”. El trono de su entrada triunfal se convertirá en cruz. En la sociedad de hoy se oyen gritos de triunfo efímero y, a la vez, gritos de odio y de muerte. El mundo necesita signos de vida y de paz. El ramo de olivo en nuestras manos no es un talismán, sino un signo de triunfo sobre la muerte. Es un signo de la cercanía del Señor, que quiere entrar triunfante por la puerta de nuestros corazones. El ramo de olivo debe ser plantado en el campo de la sociedad y en el corazón de todas las personas, para que la cruz de Jesús se convierta en árbol florido cuya fragancia de paz y fraternidad se extienda por todo el mundo.