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La Iglesia, discípula del Maestro, ha caminado detrás de Él por los caminos, le ha escuchado, ha visto signos y ha participado en la misión de anunciar la conversión por la llegada del Reino de Dios. Es el momento de subir a la ciudad santa para participar en la fiesta de Pascua.
El Domingo de ramos es el pórtico de la Semana Santa para la Iglesia que nos prepara a ello. La bendición de los ramos y la procesión inicial de la misa dominical son explicadas con el relato de la entrada de Jesús en Jerusalén (Lc 19,28-40). En su entrada, Jesús es reconocido por los discípulos como Rey, por los fariseos como maestro, y por el evangelista que anuncia que si es necesario gritarán las piedras, como profeta. Es un verdadero homenaje a Cristo Rey. El rey que viene a tomar posesión de su trono, y nosotros, su pueblo, subimos con Él, nosotros que sabemos que se encamina hacia su sacrificio en la cruz, que vamos a conmemorar en la celebración eucarística, y es que pronto escucharemos de qué forma misteriosa sucederá esto… Es lo que nos anuncia la primera lectura, que nos dice que el Rey asumirá su trono no protegiéndose a sí mismo de golpes e insultos. La profecía de Isaías, el tercer cántico del siervo de Yahveh es un auténtico pregón de Semana Santa. Esto va a suceder. Esto por nosotros: el Hijo no va a rebelarse, va a escuchar al Padre, a abrir el oído, es decir, a aceptar los acontecimientos.
La Iglesia, que lo entiende y lo ve venir, canta el Salmo repitiendo las palabras de Cristo en la cruz: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Es la Iglesia quien no tiene la fe del Hijo, es ella, su Cuerpo, la que clama por su Cabeza. Es ella la que va a ser reconfortada cuando escuche a san Pablo escribiendo a los filipenses aquel famoso himno de la segunda lectura: sus sentimientos son los nuestros, acojamos sus sentimientos creyentes los que aprendemos de su confianza en el Padre. La Iglesia sabe que el Señor se anonadó, y que, después del camino cuaresmal, ahora le toca a ella vivir, durante esta semana, esos mismos sentimientos. Así, el próximo domingo, entraremos en la gloria de su Pascua.
Escuchar entera la Pasión según san Lucas es reconocer en ella el culmen de la Cuaresma: hasta dónde llega el amor del Padre, hasta dónde el deseo del Hijo de estar con los hombres; hasta el don del Espíritu y las palabras proféticas al buen ladrón, «hoy estarás conmigo en el Paraíso». La Iglesia se ve reflejada en él, se reconoce como la que va a ser introducida en la casa del Padre por tanto amor, y se prepara para vivir intensamente los días que le lleven a glorificar plenamente al Padre y ser santificada por su Espíritu de amor.
Ciertamente, el Domingo de ramos con su intensa liturgia de la Palabra, busca provocar en nosotros un deseo de vivir estos días para Dios, participando en los misterios pascuales. Nuestra vida moderna nos ofrece mil alternativas para cada día de la Semana Santa, desde el puro descanso hasta las actividades más incoherentes. Y las lecturas de hoy nos acercan a Cristo: si estás con Él estos días, te será mucho más difícil separarte de Él después. Se nos propone el camino de los discípulos, no el de testigos ocasionales. El Señor pasa, herido de amor, para obtener vida para nosotros. ¿Con qué amor vamos a afrontar estos días? ¿Va a brillar en nosotros la humildad del buen discípulo, deseoso de seguir al Maestro hasta la cruz? Planifiquemos estos días para vivirlos en la comunión de la Iglesia, en la unión con el Señor como prioridad absoluta. Así, el pregón que hemos escuchado dejará un efecto bueno y salvador en nosotros, como el misterio de la cruz.