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La fiesta de hoy es la síntesis de cuanto hemos celebrado desde Navidad a Pascua-Pentecostés; una fiesta en la que contemplamos todo lo que Dios uno y trino ha hecho. Sus maravillas suscitan en nosotros sentimientos de alabanza, adoración y acción de gracias. Hablar de Dios en una sociedad secularizada o indiferente es difícil. Muchas personas no creen y otras viven al margen de Dios, como si no existiera.
Dios no es una idea ni un concepto abstracto. Dios es vida y la transmite a la humanidad entera. El hombre, al mirarse a sí mismo para analizar su propia experiencia religiosa, tiene el presentimiento de una profundidad sin fondo. A esta profundidad y a este fondo se refiere la palabra “Dios”. Dios significa esto: la profundidad última de nuestra vida, la fuente de nuestro ser, la meta de todo nuestro esfuerzo. Dios es comunión y comunidad. Dios, en una palabra, es misterio uno y trino. Misterio es todo aquello que resulta inaccesible a la explicación racional. Los hombres intentan descubrir los misterios de las cosas por la ciencia y silencian el misterio de Dios. Cada una de las tres divinas Personas tiene su nombre y misión: Dios Padre, creador; dios Hijo, redentor; Dios Espíritu Santo, santificador. Las tres personas son un solo Dios. Este es el misterio. Por la fe sabemos que existen tres Personas y habitan por la gracia en el creyente. Éste crece en gracia, en salvación y en santificación, por la Trinidad. Ha sido bautizado en nombre de cada una de las tres Personas, y cada día las invoca al amanecer y al atardecer. Las tres modelan nuestros corazones, hechos de arcilla, y los revisten de belleza y encanto. Nos ayudan a ser comunión con los hermanos, porque las tres Personas divinas son entre sí comunidad. Es el gran misterio de nuestra fe. Hoy celebramos que Dios sea así.