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La nueva perspectiva y el cambio que supone la presencia de lo santo entre los hombres produce una nueva visión de todo, visión que se capta para lo positivo y para lo negativo. Así se presentan en el evangelio según san Lucas las bienaventuranzas. Según el estilo propio de los profetas del Antiguo Testamento, para que se vea bien la continuidad entre los profetas anteriores a Cristo y Él mismo, pero a la vez la discontinuidad entre aquellos que llamaban a confiar en Dios y aquel que se presenta como el mismo Hijo de Dios. Lo vemos bien en la primera lectura: confiar en Dios trae bendición, confiar en uno mismo trae maldición. Confiar en Dios trae bienaventuranza, confiar en los hombres trae lamentos. Y es que, como vemos en el salmo responsorial, toda la vida dichosa del hombre gira alrededor de un punto único y estable: la confianza en el Señor. Este es, sin duda, el primer paso para poder decirse discípulos, pues quien quiera seguir al Señor tiene que tener la confianza totalmente arraigada en su maestro.

Dios se hace presente, entonces, en las situaciones de pobreza; se hace presente en las situaciones de oscuridad, y en todas ellas, la presencia del Señor es dinámica: su riqueza, el correr de sus aguas, es una riqueza inagotable.

Lo esencial no es lo que tenemos, no es lo que hacemos, no es lo que sabemos. No consiste en hacer muchas cosas, en asumir protagonismos o en desaparecer cuando uno es necesario. Sencillamente consiste en la capacidad para reconocer que lo esencial es lo que Dios hace en ella. Que Él es el actor, y que nosotros, la Iglesia, nos beneficiamos enormemente de su capacidad de hacer.

El Señor nos quiere cerca de Él, como sus discípulos, para poder hacer llegar a nosotros el agua de la gracia. Si somos conscientes de esto, aprenderemos a no esperar tanto de nosotros como del mismo Dios. En la vida corremos el riesgo de volvernos vanidosos ante nuestras virtudes, ante nuestros éxitos o méritos, y creer que todo eso, superficial, pasajero, lo hemos hecho nosotros. Y entonces, confiamos en nosotros mismos… Por el contrario, el verdadero discípulo permanece siempre cercano al Señor y sabe que es Él mismo el que hace que fructifique cualquier esfuerzo.