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Domingo de Ramos (Evangelio: Lc 23, 1-49)

Desde la aclamación hasta el abandono, el Evangelio de este día nos lleva por un camino de contrastes. La misma ciudad que le recibió con alegría será la que poco después le dará la espalda. Pero Jesús no deja de amar, ni de ofrecer su perdón. En la cruz, lejos de condenar, abre sus brazos para abrazar a toda la humanidad. En su aparente derrota, resplandece su victoria: en la entrega, en la fidelidad, en el amor que no se rinde. Hoy podemos alzar nuestros ramos y proclamar que Él es nuestro Rey, pero también estamos llamados a seguirle en el camino de la cruz, en la entrega generosa, en la confianza absoluta en el Padre.

Desde la fe: Reconocer que Jesús reina en nuestra vida, como el amor que transforma. En medio de la incertidumbre, de los cambios, de las pruebas, Él sigue siendo nuestro refugio y nuestra fortaleza.

Desde la esperanza: Saber que la cruz no es el final, sino el paso hacia la resurrección. Aun cuando la oscuridad parece envolverlo todo, la victoria de Cristo nos asegura que el amor es más fuerte que el sufrimiento y la muerte.

Desde la caridad: Acompañar a Jesús en su camino, siendo presencia de consuelo para quienes sufren. Sostener con ternura a quienes llevan una cruz pesada, estar junto a ellos, como Simón de Cirene, como las mujeres que le siguieron hasta el Calvario, como el buen ladrón que supo reconocer su Reino.