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XI DOMINGO DEL T.O.

Solemnidad de la Santísima Trinidad (Jn 16, 12-15)

Jesús, con ternura infinita, prepara a los suyos para recibir toda la verdad que brota del corazón de Dios. Su palabra es promesa de vida en plenitud. El Espíritu de la Verdad, enviado por el Padre y por el Hijo, guiará a cada uno en el camino, iluminando los pasos, abriendo el corazón a los misterios de la fe. No se trata de saberlo todo de golpe, sino de dejarse conducir con docilidad, sabiendo que la vida cristiana es un proceso de crecimiento, de escucha, de confianza. Cada paso es sostenido, cada búsqueda es acompañada, cada revelación es don.

La Trinidad Santa se revela en este envío: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo actúan juntos, en una danza de amor que envuelve la historia entera. La gloria de Cristo proviene del Padre y el Espíritu la comunica a nuestros corazones, haciéndonos partícipes de esa vida divina que nos transforma. Habitar en el misterio de la Trinidad es dejarse abrazar por un amor que no impone condiciones, que invita, sostiene y fecunda. El Espíritu Santo toma de lo que es de Cristo y lo ofrece a cada uno de nosotros, como quien entrega un tesoro destinado a ser compartido y multiplicado. Desde esta certeza, la vida se abre como una alabanza incesante al Dios que es comunión viva.

Desde la fe: Caminar dócilmente de la mano del Espíritu Santo, que nos guía hacia la verdad completa y fecunda nuestro corazón.

Desde la esperanza: Confiar en que cada paso en nuestro camino espiritual está sostenido por el amor eterno del Padre, del Hijo y del Espíritu.

Desde la caridad: Reflejar en nuestras relaciones la belleza de la Trinidad, siendo sembradores de unidad, de alegría y de vida nueva.