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Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (Mateo 22, 1-14)

A todos los que encontréis, llamadlos a la boda

Jesús nunca describe el Reino de Dios, siempre lo compara con algo. Hoy lo compara con una invitación a una fiesta y un banquete.

Lo primero que tenemos que tomar en cuenta es que ser cristiano es vivir en alabanza y celebración continua. Eso es un banquete, una fiesta, una boda. Es un celebrar, festejar la alianza que Dios hace con nosotros cada día, nos llena de tanta alegría que deberíamos tirar la casa por la ventana.

Celebrar la vida, es celebrar el derroche que Dios tiene para con nosotros. Nos dice el evangelio “tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”.

¡Vaya invitación!, es la invitación a la vida, a vivir en Jesús cada día de nuestra vida. Poder tener una mirada agradecida cada día. A veces por estar pendientes de lo que no tenemos, no agradecemos todo lo que tenemos. ¿estoy dispuesto entrar en esta invitación? Al banquete son invitados buenos y malos dice el evangelio. Jesús no excluye a nadie. Pero además no podemos dividir la vida entre buenos y malos, todos tenemos dentro bondad y cosas no tan buenas. En definitiva, lo que nos dice el evangelio es que la invitación es a nosotros, que con bondad y egoísmos nos acoge en su fiesta por la vida. El traje de fiesta es dejarse acoger por la gratuidad de su amor.

Desde el amor: sentirme amado por Él ante tal invitación. Tener un corazón que festeja cada momento.

Desde la fe: Cerrar mis ojos, y sentir que es su gratuidad la que me invita al banquete.

Desde la esperanza: Confiar en que aún con todo y lo que nos pasa, siempre hay muchas cosas que festejar, en especial la alianza que hace con nosotros.