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Tercer domingo de Adviento (Lucas 3, 10-18)

Las palabras de Juan Bautista son una llamada al discernimiento y a preparar el corazón para el Mesías que ya viene.

La gente pregunta: “¿qué debemos hacer?” porque sienten en su interior la necesidad de un cambio. Juan, con claridad y compasión, los invita a vivir una conversión que se refleje en obras concretas de justicia y caridad. No se trata de palabras vacías, sino de gestos visibles: compartir con quienes no tienen, actuar con honestidad en nuestro trabajo, y evitar abusar del poder sobre otros. Este adviento, se nos invita a discernir con sinceridad nuestras actitudes y acciones, a revisar cómo nuestra vida diaria responde a ese “qué debo hacer” que surge desde nuestra sed de amor y verdad.

Desde la fe, el discernimiento es un acto de humildad, reconociendo que sólo en la luz de Dios podremos ver con claridad el camino que Él quiere para nosotros. Discernir implica pedir al Espíritu que nos guíe, que nos enseñe a vivir en coherencia con el mensaje de Jesús, el que viene a transformar nuestros corazones.

Desde la esperanza, es saber que cada paso, por pequeño que sea, es un avance hacia la paz interior y la paz con los demás; es confiar en que el Espíritu está trabajando en nosotros y no dejarse llevar por el desaliento.

Desde la caridad, esta preparación en el adviento nos llama a salir al encuentro del otro, especialmente del que nos necesita. Se trata de compartir más allá de nuestras comodidades, de buscar la justicia en cada acción, y de mirar a los demás con la misma misericordia que Dios ha tenido con nosotros. En ese dar sin medida, en ese preparar el camino al Señor, descubrimos el verdadero espíritu de la conversión.