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VI Domingo T. Ordinario (Lucas 6, 17.20-26)
La enseñanza de Jesús en este pasaje nos invita a mirar nuestra vida desde una perspectiva radicalmente diferente, una que a menudo desafía nuestras ideas preconcebidas de éxito y felicidad. Él nos habla de las bienaventuranzas, mostrando cómo el Reino de Dios no sigue las lógicas del mundo. Nos dice que la verdadera bendición no se encuentra en el tener, sino en el ser; no en acumular, sino en vivir desde la plenitud del amor y la entrega. Es un mensaje que nos consuela en nuestras pobrezas, en nuestras lágrimas, en nuestra sed de justicia, recordándonos que en esos momentos somos especialmente acogidos por el corazón de Dios.
Jesús también nos ofrece un desafío, no conformarnos con lo aparente ni buscar nuestra seguridad en aquello que perece. Nos advierte de los peligros de una vida centrada en las riquezas, en el reconocimiento fácil, en una felicidad superficial que ignora las necesidades de los demás. Nos invita a ser conscientes de nuestras elecciones, a vivir con un corazón libre, y a construir nuestra felicidad sobre lo que verdaderamente perdura: el amor, la justicia y la comunión con Él y con los demás. Las bienaventuranzas son un camino para vivir el presente con sentido y esperanza.
Desde la fe: Este Evangelio nos llama a confiar en la providencia de Dios, especialmente en los momentos de dificultad. En la pobreza, el dolor o el rechazo, encontramos a un Dios que nos promete su presencia y su consuelo.
Desde la esperanza: Nos anima a mirar más allá de las circunstancias actuales, sabiendo que el Reino de Dios es nuestra meta última. Esa esperanza nos da fuerza para perseverar y transformar nuestra realidad.
Desde la caridad: Las bienaventuranzas nos invitan a ser solidarios, a compartir con generosidad, y a consolar a los que lloran. Nos recuerdan que estamos llamados a ser instrumentos de paz, justicia y amor en un mundo que tanto lo necesita.