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Existe una desproporción entre la ramita de la que habla el profeta y el cedro noble en que se convierte, y entre el grano de mostaza del que habla Jesús y el arbusto capaz de anidar pájaros. A Dios parece que le gusta esta desproporción.

Dios humilla a los árboles altos y ensalza a los humildes, seca los arboles lozanos y hace florecer los secos. A lo largo de la historia, Dios elige a las personas que humanamente son las menos indicadas para llevar a cabo sus planes. Jesús no habla de cosas grandes. El reino de Dios es algo muy modesto en sus orígenes. El árbol frondoso que parecía el antiguo Israel se secó, y Dios tuvo que empezar de nuevo con un rebrote suyo. El grupo de los humildes pescadores, insignificantes para este mundo, animado por el Espíritu de Dios ha anunciado al mundo la Buena Noticia de Jesús. El crecimiento y maduración de la comunidad eclesial durante dos mil años es obra de Dios, sin olvidar la colaboración de los cristianos. El reino de Dios está en marcha.

La evangelización no es un problema que haya que resolver con más medios y mejores técnicas, ni que haya que dejar en manos de los que saben o pueden. Todos estamos llamados a participar, porque todos podemos sembrar pequeñas semillas que luego crecerán. Es Dios quien lo hace germinar y madurar. Lo importante es creer en el Evangelio del reino, testimoniar la fe de una manera gozosa y gratuita.