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Cuando el año litúrgico toca a su fin, somos convocados desde los textos bíblicos de este domingo, a una reflexión escatológica: “llega el día”. Este día no es un día de calendario, sino la hora de Dios, la hora del culto verdadero en espíritu y verdad.
No son los cataclismos y desastres cósmicos del final los que deben hacer cambiar nuestra conducta para superar la tibieza espiritual. Siempre es momento oportuno para el cambio, pues siempre es el día propicio, el tiempo apto para honrar el nombre del Señor de los ejércitos y quemar la paja de nuestras infidelidades.
El Señor viene continuamente y es necesario descubrirle presente con actuación salvadora en la historia, por encima de las guerras que continuamente se desatan, los terremotos y hambre que acompañan la vida del hombre, las persecuciones que soporta el creyente. De ahí que no sea fácil vivir con esperanza y perseverar en la fe. Volviendo los ojos a Cristo, que venció al mal en la cruz, el cristiano supera el pánico de la soledad y de la incomprensión y descubre la Buena Noticia del Reino de Dios que se instaura en el mundo. Todos los días son pues, oferta gratuita de salvación. El anuncio de cruz, malestar y persecuciones es constante en el Evangelio. Durarán hasta el último día. El cristiano renuncia por Cristo a todo y a todos. Su testimonio, en consecuencia, podrá ser perseguido y odiado por un mundo al que pertenece y al que quiere salvar, como lo salvó Cristo. Su vigilancia y continua tensión deberán traducirse en el trabajo diario, que pueda servir de ejemplo y dar al mismo tiempo autenticidad a su testimonio.
La tensión escatológica debe sacudir la indiferencia y somnolencia de una vida demasiado gris. Hay que vivir exigentemente y a Dios no se le contenta sólo con unas plegarias. Dios es el árbitro supremo de la historia. Por eso es estúpido recurrir a la astrología, a la parasicología y a las seudociencias para adivinar el futuro del hombre. Nuestro destino está en manos de Dios y en nuestra libertad. Los signos que Dios pone en la historia son sólo una provocación para nuestra conversión. Nuestro destino último y el del mundo es una empresa de felicidad o de tragedia eterna. Por eso es necesaria la perseverancia. “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.