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Pentecostés
(Juan 7, 37-39)
En el Evangelio Jesús declara: «Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.» Este pasaje resuena profundamente con el evento de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles y los primeros cristianos, llenándolos de su poder y gracia.
Pentecostés es el cumplimiento de la promesa de Jesús de enviar al Espíritu Santo. Así como el agua viva que Jesús ofrece simboliza al Espíritu, Pentecostés marca el momento en que esta promesa se hace realidad de manera visible y transformadora. Los apóstoles, llenos del Espíritu Santo, comienzan a proclamar con valentía el Evangelio, y de ellos brotan «ríos de agua viva» que llevan la buena nueva a todas las naciones.
Desde la Fe
Vivir este pasaje desde la fe, implica abrir nuestro corazón al Espíritu Santo como los apóstoles lo hicieron en ese día. Es confiar en que, al igual que ellos, también nosotros podemos recibir el Espíritu y ser transformados. En la práctica, esto significa participar activamente en la vida sacramental de la Iglesia, especialmente en la Eucaristía, buscando siempre la guía y el consuelo del Espíritu Santo.
Desde la Esperanza
La esperanza de Pentecostés nos recuerda que el Espíritu Santo está siempre presente y activo en la Iglesia y en nuestra vida. Esta presencia nos da la certeza de que no estamos solos y de que Dios actúa en nosotros y a través de nosotros. Podemos vivir esta esperanza buscando constantemente la renovación del Espíritu en nuestras vidas, orando por su guía y confiando en su poder para superar cualquier dificultad.
Desde la Caridad
El Espíritu Santo nos impulsa a vivir la caridad de manera concreta y tangible. En Pentecostés, los apóstoles fueron movidos a salir y servir a los demás, llevando el mensaje de Jesús a todos los rincones. Nosotros también estamos llamados a permitir que el Espíritu Santo nos guíe en actos de amor y servicio. Esto puede manifestarse en acciones diarias como ayudar a los necesitados, ser compasivos con los que nos rodean y trabajar por la justicia y la paz en nuestro entorno.
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Pentecostés (Juan 20, 19-23)
En Juan 20, 19-23, el encuentro de Jesús con sus discípulos después de su resurrección se erige como un momento crucial que transforma el temor en alegría y la duda en certeza. La presencia de Jesús infunde una paz que trasciende las circunstancias y disuelve cualquier ansiedad. Este encuentro post-resurrección subraya la realidad de una fe que va más allá de lo visible y tangible, ofreciendo a los discípulos una conexión directa con su Maestro resucitado. La capacidad de Jesús para otorgar el Espíritu Santo y comisionar a sus seguidores con el poder de perdonar pecados revela una autoridad divina que trasciende la esfera terrenal.
Este pasaje nos desafía a fortalecer nuestra fe, reconociendo que, a través de la resurrección, Jesús supera las limitaciones del tiempo y espacio para estar presente en nuestras vidas. Nos invita a confiar en la capacidad transformadora de Jesús para convertir el miedo en alegría y la incertidumbre en certeza, estableciendo así una base sólida para nuestra fe en su constante presencia.
Desde la Fe:
El encuentro post-resurrección fortalece la fe al mostrar que Jesús supera las barreras del tiempo y espacio para estar con sus seguidores. ¿Cómo podemos fortalecer nuestra fe, confiando en la presencia constante de Jesús y su capacidad para transformar nuestras situaciones temerosas en experiencias de gozo?
Desde la Esperanza:
La paz que Jesús trae infunde esperanza, recordándonos que en medio de la ansiedad, él ofrece una paz que el mundo no puede dar. ¿Cómo podemos cultivar la esperanza, confiando en que la presencia de Jesús trae paz incluso en los momentos más tumultuosos?
Desde la Caridad:
La capacidad de perdonar que Jesús otorga a sus discípulos es un llamado a vivir la caridad al extender el perdón divino a otros. ¿Cómo podemos reflejar la caridad, compartiendo el perdón y la gracia de Jesús con aquellos que nos rodean? El encuentro en Juan 20, 19-23 nos desafía a vivir con fe en la presencia constante de Jesús, nutrir la esperanza en su paz transformadora y practicar la caridad al extender el perdón que él nos ha otorgado.