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Ojo con este detalle que hace muy diferente el cuarto domingo de Adviento de los tres anteriores. Hasta ahora se nos ha hablado en la Liturgia de la Palabra sobre algo que estaba por suceder, ahora se nos va a hablar sobre algo que está por celebrar.
No ha sucedido históricamente aún la vuelta del Señor; volverá, sabemos que así será aunque no sepamos cuándo. Sí ha sucedido históricamente, hace unos dos mil años, en Belén de Judá, su nacimiento de María Virgen, por eso anualmente lo celebramos. Lo primero genera en nosotros esperanza, lo segundo admiración.
La alegría ante la vuelta del Señor es por lo que el Señor nos va a dar la plenitud de la divinidad, la alegría ante la celebración de su nacimiento es por lo que el Señor ha asumido una humanidad perfecta. Volverá Cristo glorificado, nació Cristo para ser glorificado. Así, siendo el mismo el que María sostuvo en sus brazos y alimentó, y aquel que lo sostendrá todo en su vuelta gloriosa, no es lo mismo, porque hace dos mil años nació para vencer la muerte padeciéndola, pero cuando Cristo vuelva la muerte ya no tendrá ningún poder sobre Él ni sobre los suyos. La teología nos ayuda también a entender lo que vamos a celebrar estos días: el que no puede ser contenido por los cielos, contenido en el seno de una Virgen Madre. El misterio es tan inmenso que tiene que parecernos nuevo cada vez que nos acerquemos a él, y por eso no hay ningún problema en celebrarlo cada año, en meditar sobre él cada año, en escuchar una y otra vez estas lecturas preciosas. En el asombro de Isabel, en su admiración ante la visita del Señor no en su poder sobrenatural, sino en su humildad encarnada, descubrimos el asombro de la Iglesia, que no puede concebir, sino solamente confesar, el don recibido en María.
De hecho, la Iglesia contempla siempre en este cuarto domingo de Adviento a María, a ver si ella nos puede iluminar ante lo que vamos a celebrar, ante lo que ha sucedido. Ella, que antes concibió en la fe que en su vientre, es el modelo en el que la Iglesia se mira en este domingo para aprender cómo afrontar los días venideros, y a su adoración y alabanza a Dios, que hace obras grandes, suma hoy la confesión de Isabel.