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Domingo de Resurrección (Evangelio: Jn 20, 1-9)
La mañana del primer día de la semana, cuando aún estaba oscuro, María Magdalena corre al sepulcro y lo encuentra vacío. Su corazón se llena de desconcierto, de preguntas, de una búsqueda que parece no tener respuesta. Pedro y el otro discípulo corren también, y aunque ven las vendas y el sudario, aún no comprenden del todo. Sin embargo, algo nuevo está ocurriendo. La muerte no ha vencido. La cruz no fue el final. Jesús ha resucitado y con Él, todo renace.
Hoy, la luz de la Resurrección nos envuelve. Es una verdad que nos alcanza, que nos toca, que transforma nuestra vida. ¡Cristo vive! Y porque vive, la esperanza no muere, el amor no es en vano, la entrega no es pérdida. Su presencia nos acompaña en cada paso, en cada encuentro, en cada gesto de vida que brota en medio de la oscuridad. Estamos llamados a ser testigos, a proclamar con nuestra vida esta maravillosa noticia: que la muerte no tiene la última palabra, que Dios sigue haciendo nuevas todas las cosas.
Desde la fe: Creer en la Resurrección es más que aceptar un hecho, es dejarnos transformar por su luz, vivir con la certeza de que Cristo camina con nosotros y que nada está perdido.
Desde la esperanza: En los momentos de incertidumbre, cuando todo parece oscuro, recuerda que el sepulcro vacío es la promesa cumplida: la vida vence a la muerte, la luz disipa las sombras.
Desde la caridad: Llevar la alegría de la Resurrección a quienes nos rodean, con palabras, con gestos, con una presencia que consuela, anima y da vida. Ser testigos del Resucitado es compartir su luz con aquellos que aún caminan en la noche.
