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En este domingo se comienza a preparar la solemnidad de Pentecostés. Es el domingo que anuncia el don del Espíritu Santo. Cuando desaparece el líder de un grupo, éste pasa por una crisis, a veces desaparece el grupo o se agrieta. Jesús se despidió y, con su muerte, el grupo experimentó una crisis. Les prometió en su despedida que no les dejaría huérfanos y les pedía mantener la confianza en Dios y en Él.
Ellos tenían que continuar su misión y necesitaban la fuerza divina para dar testimonio de lo que habían vivido y experimentado. Jesús les prometió el don del Espíritu Santo, que no solo es el revelador de la verdad de Dios y de la verdad de Jesús, sino que da la fuerza para vivir en la verdad. Dejarse guiar por el Espíritu es aprender el arte de vivir el amor y la verdad que proceden de Dios. Jesús prometió el Espíritu de la verdad a los que observaran los mandamientos, sobre todo el mandato del amor. Solamente el que complace a su amigo puede estar en comunión con él. Jesús ha complacido siempre al Padre, ha llevado a término el plan de salvación y ha actuado con libre obediencia. Es el Hijo predilecto y amado por el Padre. El cristiano entra en esta misma dinámica cuando responde libremente y cumple la voluntad del Padre. El Espíritu impulsa a los creyentes a seguir el ejemplo de Jesús. La fuerza del Espíritu Santo impulsa a cumplir el mandamiento nuevo de Cristo, y a la vez nos exige a responder con obras según el mandamiento nuevo. El Resucitado vuelve al Padre y, sin embargo, no nos deja solos. Él quiere permanecer con nosotros y quiere que le abramos la puerta del corazón, no para dominarnos, sino para reavivar en nosotros los colores de la esperanza; no para quitarnos espacio, sino para ampliarlo; quiere cambiar nuestro corazón de piedra en corazón de carne. Él permanece con nosotros para que demos razón de nuestra esperanza a todos los que encontremos por el camino.