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Poderse sentar a la derecha o a la izquierda del rey significa participar de su dignidad, estar vinculado a su poder o tener puesto singular en la jerarquía sucesoria. El protocolo y ceremonial aristocrático sabe mucho de este tema.

Los apóstoles Santiago y Juan (nos lo narra el evangelio de este vigésimo noveno domingo) piden un lugar de privilegio en el reino de Dios; quieren ser tenidos en cuenta a la hora del reparto de las prebendas. Pero no saben lo que piden, pues tienen una idea y concepción falsa del Reino que instaura Jesús. Su osada demanda es ingenua y orgullosa.

Cambiemos de escena y decoración. En el Calvario Jesús, cosido al trono de la cruz, tiene a su derecha y a su izquierda a dos malhechores. Él es “rey de los judíos” según reza la inscripción. ¿Por qué están a su lado dos bandidos en vez de los dos discípulos que habían solicitado estos puestos? Es enormemente interpelante este momento supremo, en el que Cristo manifiesta su realeza salvífica. Y de nuevo se oye una petición en el Calvario; la hace uno de los ladrones crucificados junto a Jesús: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Y esta súplica alcanza el primer lugar de privilegio en el Reino: “hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Muchas veces a los cristianos nos pasa como a Santiago y Juan. Tenemos idea falsa de cuál son los puestos principales en el Reino de Dios; seguimos pensando con categorías mundanas de poder y riqueza, en asientos de gloria pasajera. Por eso la réplica de Jesús a los apóstoles sigue siendo muy actual. “No sabéis lo que pedís”. Él es rey sin corona de oro, pero coronado de espinas; su trono es un madero que sirve de patíbulo; y quiere que seamos capaces de beber el cáliz amargo del sufrimiento para estar junto a él.