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Las relaciones entre la Iglesia y el Estado siempre han sido complicadas. Muchos quieren que la Iglesia se quede encerrada en las sacristías. Las monedas de un tiempo pasado recuerdan la historia; las que están en uso pertenecen al presente. Jesús responde a la pregunta de los fariseos: “Enseñadme la moneda del impuesto”. Si la imagen es del César, dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. La respuesta de Jesús es clara y precisa. La riqueza de Dios es la persona, que lleva impresa su imagen. Su dignidad no se somete a ningún César humano. Todo ser creado pertenece a su Creador, porque lleva impresa la mano de Dios, su huella. Lo que es del César pertenece al César, y lo que es de Dios pertenece a Dios. A cada uno lo suyo y solo lo que pertenece a cada uno. Ni a Dios ni al César se le puede quitar lo que es suyo. Si se quita algo al César se protesta, se multa e incluso se encarcela. Si se quita a Dios…¿qué pasa? ¿No se reduce al ámbito privado la religión católica y se la impide aparecer en público? Los católicos hemos de defender lo que es de Dios.