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Cuarto domingo de Adviento (Lucas 1, 39-45)
La visita de María a Isabel nos muestra la fuerza transformadora de Dios, que actúa en lo cotidiano, en el encuentro sincero y generoso entre personas. María, movida por la alegría y el amor que le infunde el Espíritu, se pone en camino hacia su prima Isabel, sin pensar en sí misma ni en las dificultades del trayecto. Ella sabe que su lugar es al lado de quien necesita su presencia y su apoyo. Así, la humildad y la fe de María convierten su saludo en un acto de amor que desborda a Isabel. Al encontrarse, ambas mujeres, llenas de fe, se reconocen mutuamente como portadoras de la promesa de Dios, y brota en ellas la alabanza y el gozo.
En adviento, también estamos llamados a poner en práctica el amor que nos llena el corazón, a actuar sin demora para llevar consuelo y esperanza a quienes nos rodean. Es una invitación a salir de nosotros mismos, a reconocer la presencia de Dios en los encuentros que nos esperan y a vivir con generosidad. Como María, necesitamos fe para actuar sin miedo y con prontitud, confiando en que Dios nos guiará al servicio del hermano, allí donde somos más necesarios.
Desde la fe, actuar es reconocer que, cuando somos movidos por el Espíritu, nuestra vida se convierte en instrumento de paz y bendición.
Desde la esperanza, es caminar sabiendo que cada gesto de amor que ofrecemos es parte de la promesa de Dios hecha realidad, una pequeña luz que anticipa la venida de Cristo.
Desde la caridad, actuar es, como María, poner al otro en el centro de nuestro camino, dejando que el amor que recibimos de Dios sea el impulso para ir al encuentro de quien más lo necesita.