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VII Domingo T. Ordinario (Lucas 6, 27-38)
Este pasaje nos lleva al corazón mismo del mensaje de Jesús: amar a nuestros enemigos, hacer el bien a quienes nos odian, bendecir a quienes nos maldicen y orar por quienes nos persiguen. Estas palabras, lejos de ser un ideal inalcanzable, son una invitación concreta a vivir el amor de Dios de forma radical. Jesús nos enseña que el verdadero amor no se limita a quienes nos agradan o nos corresponden, sino que se extiende incluso a quienes nos hieren o nos rechazan. Este amor no nace de nuestras fuerzas, sino de la gracia de Dios que transforma nuestro corazón y nos capacita para amar como Él ama.
Jesús nos llama a romper el ciclo del odio con gestos de bondad y misericordia. Nos desafía a ser generosos sin esperar nada a cambio, a ofrecer el perdón como un regalo, y a tratar a los demás con la misma medida con la que deseamos ser tratados. Es un camino exigente, pero profundamente liberador, porque nos permite vivir en la plenitud del amor de Dios, sin dejarnos atrapar por el resentimiento o el deseo de venganza. Este estilo de vida nos convierte en hijos e hijas del Altísimo, reflejando su bondad y misericordia en nuestras relaciones cotidianas.
Desde la fe: Este Evangelio nos invita a confiar en la fuerza del amor de Dios, que es capaz de sanar las heridas más profundas y reconciliar las distancias más grandes. Amar a nuestros enemigos es un acto de fe que nos abre al poder transformador de Dios.
Desde la esperanza: Nos recuerda que el amor tiene la última palabra. Aunque parezca que la violencia y la injusticia prevalecen, el amor es el camino que construye un futuro nuevo, lleno de reconciliación y paz.
Desde la caridad: Nos llama a ser generosos en nuestro trato con los demás, ofreciendo perdón, comprensión y ayuda desinteresada. Este amor práctico y concreto es el rostro visible de Dios en nuestra vida y en el mundo.