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El domingo, el primer día de la semana, el Resucitado se aparece a sus discípulos y su presencia causa alegría. Cristo entra en la sala del Cenáculo y en sus corazones cerrados todavía por la duda y el miedo. El discípulo del “octavo día”, desconfiado, se quiere asegurar de lo que le cuentan sus compañeros.

Tomás es la imagen del hombre actual, que quiere ver y tocar para creer. Aunque no creía en la resurrección del Maestro, seguía junto a sus compañeros. Los que creen sin haber visto son los discípulos “del día siguiente”. La fe lleva a ver lo que otros no ven; a extender las manos y no tocar para creer; a abrir el corazón a las palpitaciones del amor eterno de Dios. La fe es caer de rodillas ante el Señor y sentirlo vivo y cercano. La fe es no caer en el vacío, sino en las manos amorosas de Dios Padre. La fe es un don gratuito de Dios. La fe crea solidaridad y alegría en el compartir. El Resucitado se aparece en nuestras vidas y nos pide que tengamos los ojos abiertos para verle y creer en él. No seamos incrédulos, sino creyentes.