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Aparece Tomás, en este segundo domingo de Pascua, con cierta desventaja sobre los otros discípulos: Todos han pasado el mismo mal momento por la muerte del Señor, la decepción y el sinsentido se han adueñado de ellos. Sin embargo, cuando Tomás vuelve a casa, donde el resto están encerrados, no encuentra abatimiento ni silencio, sino alegría y fortaleza. Seguramente, la incomprensión con la que vivía se convirtió en un disgusto aún mayor cuando escuchó las razones de sus amigos. ¿Cómo lo iba a dejar fuera el Señor de algo así, con todo lo que habían vivido juntos? Pero ¿cómo iban a engañarlo todos con algo tan serio? Tomás no encaja todo por la incredulidad. La fe es necesaria para poder comprender y acoger toda la realidad, más aún en los momentos de decepción.
Por eso el domingo de Tomás es el domingo de la fe: «Dichosos los que crean sin haber visto». Tomás está necesitado del mismo Cristo, para poder ser después él mismo testigo ante otros del evangelio. Pero el Señor no aparece de inmediato. No deja pasar una tarde, no espera sólo hasta la mañana siguiente. Espera ocho días. Toda una semana de silencio y de duda. La decepción de cada noche iría, seguramente, en aumento, pues no recibía confirmación mientras los otros avanzaban de otra manera.
El domingo es el día de la reunión, el domingo es el día de la presencia del Señor, el domingo es el día del testimonio cristiano. Antiguamente, todo bautizado tenía claro cuándo era el momento de volver a la Iglesia, tras haber recibido la iniciación cristiana en la noche pascual: el siguiente domingo, con su vestidura blanca, signo de la limpieza y la luz pascual, de la vida eterna.
La memoria del Señor se fortalece día a día, pero se alimenta primordialmente por la celebración del domingo, el día en que actuó el Señor, día que es nuestra alegría y nuestro gozo. Los creyentes esperan el domingo para hacer memoria de la acción de Cristo resucitado en el domingo, en favor de sus discípulos y de toda la Iglesia.
¿Hacemos fiesta cada domingo? ¿Cristo resucitado y la Iglesia son motivo para que hagamos fiesta en casa, en la familia, cada domingo? El domingo es el día que apareció Cristo a los apóstoles, y tantos están necesitados de que el Señor les aparezca, les reanime en su esperanza, les haga perseverar… La Iglesia se convierte en apóstol valiente y decidido de Jesucristo, muerto y resucitado, cuando da testimonio de que el domingo es el día del Señor, el día más feliz de la semana porque el resucitado apareció, y volvió a aparecer, y dio el Espíritu Santo vivificador, en domingo. Y como no creemos en las casualidades sino en el orden y la lógica divinos, festejamos el domingo, día en el que, como aquellos once recordaron que se les había aparecido el Señor, y como Tomás esperamos que venga de nuevo para que podamos verlo y tener con Él una comunión perfecta: Señor mío y Dios mío.
La vivencia del domingo es esencial para los cristianos, y este segundo domingo de Pascua quiere hacernos reflexionar sobre nuestra capacidad para hacer de este día el primero y ejemplar para todo, sobre nuestro deseo de salir y dar testimonio de por qué estamos contentos no en nada hecho por nosotros, sino en que «actuó el Señor». ¿Cómo es mi domingo?
¿Qué he aprendido de Tomás y de los otros? ¿Experimento la misericordia del Señor, que me llama a creer hoy, a creer en el seno de la Iglesia? Solamente así cobra sentido en nuestra vida la advertencia del Señor a los suyos: «Dichosos los que creen sin haber visto».