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Natividad de san Juan Bautista
Del silencio de Zacarías nace la última palabra profética del Antiguo Testamento, y de la esterilidad de Isabel nace el que anuncia al Salvador del mundo Juan Bautista se presenta, diciendo: “Yo no soy quien pensáis, sino que viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarle las sandalias”. Su acción se abría con un bautismo, al cual se sometió el mismo Cristo; su predicación tenía como núcleo central la misma que la de Cristo: “El Reino de Dios está cerca”; su destino fue el mismo que el de Cristo, el martirio.
La figura y la existencia del Bautista tiene, pues, una lectura cristológica. En el nacimiento del Bautista destacan varios aspectos: nace de una madre estéril; se le pone el nombre de Juan (inédito en su genealogía) que significa “favor de Dios”; la mudez del padre desapareció y la noticia se propagó por toda la montaña de Judea; el crecimiento admirable del niño se explica “porque la mano del Señor estaba con él”. La primacía del Precursor está totalmente orientada al Señor, al igual que debe ser la vida de todo discípulo que quiere imitar al Maestro. El cristiano debe ser siempre precursor, misionero de Cristo, señal viva de su presencia en medio de los hombres. El Bautista es el último profeta de Israel, que recoge todos los suspiros de esperanza de este pueblo primogénito de Dios. Y es el primero que se pone al servicio del evangelio sin buscar privilegios, siendo modelo del servicio cristiano: “Conviene que él crezca y yo disminuya”. El Bautista es embajador del Señor, que habla palabras que se refieren a la verdadera Palabra, que es gracia esplendente y transformadora del hombre. Es modelo del discípulo y del apóstol con una vida totalmente entregada y centrada en el mensaje del Mesías, del cual es siervo y precursor. El Bautista es el hombre fuerte, limpio y con coraje, que rechaza compromisos fáciles y situaciones cómodas. Su fidelidad y coherencia brillan como su nombre mismo, que significa gracia y donación”.