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Domingo XXXIV del T. Ordinario o Jesucristo, Rey del Universo (Jn 18, 33b-37)

En el Evangelio de hoy, Jesús se presenta ante Pilato y revela la naturaleza de su reino. No es un reino de este mundo, sino un reino de verdad y justicia. En su diálogo con Pilato, Jesús nos invita a reflexionar sobre nuestra propia comprensión de su realeza.

Jesús es el Rey que no busca el poder terrenal ni la gloria mundana, sino que reina en los corazones de aquellos que escuchan su voz y siguen su camino. Este reino se manifiesta en cada acto de amor, en cada gesto de compasión y en la búsqueda constante de la verdad.

Desde la fe, se nos llama a reconocer a Jesús como nuestro verdadero Rey y Señor. No basta con reconocerlo de palabra, sino que debemos permitir que su amor y su justicia transformen nuestras vidas. La fe nos invita a vivir bajo su reinado, aceptando sus enseñanzas y permitiendo que su luz ilumine nuestras decisiones y acciones.

Desde la esperanza, confiamos en las promesas de Cristo y en la instauración de su reino de paz y amor. Esta esperanza nos da la fuerza para enfrentar las adversidades y las injusticias del mundo, sabiendo que el triunfo de Cristo es seguro y definitivo. Nos impulsa a ser testigos de su reino aquí y ahora, trabajando por un mundo más justo y humano.

Desde la caridad, aprendemos a vivir como ciudadanos de este reino de amor, sirviendo a nuestros hermanos con humildad y generosidad. Jesús nos muestra que su realeza se manifiesta en el servicio a los demás, en especial a los más vulnerables y necesitados. Al vivir la caridad, proclamamos con nuestras vidas que Jesús es nuestro Rey y que su reino está presente entre nosotros. Que en esta solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, podamos renovar nuestro compromiso de vivir según sus enseñanzas, siendo instrumentos de su amor y su paz en el mundo. Abramos nuestros corazones a su reinado y permitamos que transforme nuestra vida y la vida de quienes nos rodean.