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REFLEXIÓN (Papa Francisco)
“¡Bendito el que viene en nombre del Señor?”, gritaba festiva la muchedumbre de Jerusalén recibiendo a Jesús.. Hemos hecho nuestro aquel entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo, hemos expresado la alabanza y el gozo, el deseo de recibir a Jesús que viene a nosotros.
Sí, del mismo modo que entró en Jerusalén, desea también entrar en nuestras ciudades y en nuestras vidas. Sin embargo, la Liturgia de hoy nos enseña que el Señor no nos ha salvado con una entrada triunfal o mediante milagros poderosos. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, sintetiza con dos verbos el recorrido de la redención: “se despojó” y “se humilló” a sí mismo. Pero esto es solamente el inicio. La humillación de Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos los otros huyen y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo. Humillado en el espíritu con burlas, insultos y salivazos; sufre en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas desfiguran su aspecto haciéndolo irreconocible. Sufre también la infamia y la condena inicua de las autoridades, religiosas y políticas es hecho pecado y reconocido injusto.