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III Domingo T. Ordinario (Lucas 1,1-4; 4,14-21)

Empezamos hoy la lectura del evangelio de Lucas. Desde la primera página que leemos, aparece Jesús como el Enviado de Dios, su Ungido, lleno del Espíritu. Aparece también como el que anuncia la salvación a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos.

En él se cumplen a la perfección las palabras del profeta: «me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres». Es un buen retrato de Jesús, que se irá desarrollando durante todos los domingos del año: atiende a los pobres, quiere la alegría para todos, ofrece la verdadera liberación a los que padecen alguna clase de esclavitud. En él se cumplen las promesas del Antiguo Testamento, y también los deseos e interrogantes de la Humanidad.

La escena que nos cuenta el evangelio es un programa de lo que era la vida de Jesús y de lo que tiene que ser la nuestra. Ese «hoy» del evangelio no se refiere sólo al día en que Jesús habló a su pueblo, sino también a nuestro «hoy» de ahora.

Desde la fe, haremos bien en creer que Cristo, vivo y presente, sigue salvando y liberando a los pobres y oprimidos de hoy. Lo que dice la Palabra «se cumple hoy» en nosotros.

Desde la esperanza, haremos bien en alegrarnos, porque también para nosotros es Cristo el anunciador de salvación y el liberador de nuestros males.

Desde la caridad, haremos bien en aprender de él, ya que queremos ser sus testigos en el mundo. La lección que nos da de preferencia por los pobres y de liberación de sus males, deberá servirnos como proyecto de vida personal y comunitario.