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La curación del ciego Bartimeo se sitúa en la larga lista de los milagros obrados por Jesús con invidentes, y es expresión de un claro mensaje teológico: Israel tiene los ojos ciegos, incapaces de ver los signos de los tiempos y la acción de Dios en la historia.

Pero cuando aparezca la figura mesiánica, misteriosa, del Siervo del Señor, se abrirán los ojos de los ciegos. Por encima de la curación física de Bartimeo hay un signo profundo y mesiánico. La ceguera interior va a ser cancelada. Y es el mismo Jesús el que declara que la fe de este pobre abandonado al borde del camino es la que le ha curado. Y Bartimeo deja manto y caminos, y sigue el itinerario de Jesús y lo acompaña en su destino de muerte y gloria.

La historia de este milagro es la historia de una llamada a la fe y al discipulado. Cristo es el sacerdote y el mediador perfecto que nos libra de nuestra ceguera, enfermedad más simbólica que real, porque manifiesta la ausencia de la luz. La curación de la ceguera es signo de salvación interior. Los seguidores de Jesús son una comunidad de salvados y curados, los pobres, los ciegos, los cojos; los que se levantan ante la llamada del Señor, los que se acercan a él con confianza, los que piden con humildad y sin exigencias. Hay una interacción mutua entre fe y realidad salvadora. La fe es causa de salvación y la salvación aumenta la fe. La esperanza de liberación que anima a Israel provoca esa misma salvación. La alegría con que se celebra es una alegría anticipada y anticipadora. Tener fe es ver a Dios como Padre y descubrir el camino de Jesús como camino de salvación.