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Hoy comienza el nuevo Año litúrgico, el conjunto de las celebraciones con las cuales la Iglesia conmemora anualmente el misterio de Cristo. Adelantadamente, si se compara con la medida del ciclo solar que propicia el año natural, la Iglesia empieza hoy a girar en torno al Sol sin ocaso, que es Cristo Jesús. Por esta razón, este primer día del año litúrgico no debe pasar inadvertido para el creyente. Hay base para exteriorizar y compartir los deseos de felicidad que nacen de la fe, la esperanza y el amor cristiano. El tiempo litúrgico se apoya en la ciclicidad del tiempo cósmico, pero la supera porque no asume los ritmos marcados por la naturaleza, los astros o la vegetación. Es una síntesis entre el movimiento circular del tiempo sagrado natural y el avance lineal de la historia actualizada de la salvación. La verdad y autenticidad del tiempo litúrgico descansan en el equilibrio entre la dimensión humana y visible y la dimensión divina y mistérica. El tiempo litúrgico se repite, como en una espiral progresiva que va hacia la meta definitiva del encuentro con el Señor. Así lo afirmaba Odo Casel: “Como un camino corre serpenteando alrededor de un monte, con el fin de alcanzar poco a poco, en subida continua y gradual, la cúspide, así también nosotros debemos recorrer en un plano cada vez más elevado el mismo camino, hasta que alcancemos la cumbre, Cristo, nuestra meta”. Este repetirse de las celebraciones, año tras año, ofrece a la Iglesia la oportunidad de un continuo e ininterrumpido contacto con los misterios del Señor. Los acontecimientos de la vida histórica de Cristo, conmemorados por el año litúrgico, no son propuestos simplemente a la meditación de los fieles como ejemplos que hay que imitar, sino como signos eficaces de salvación realizados por el Cristo histórico y hechos ahora presentes en el “hoy” de la celebración litúrgica, no en su materialidad histórica que pertenece a un pasado irrepetible, sino en su perenne eficacia salvífica. El año litúrgico es, pues, una Epifanía de la bondad de Dios, una evocación eficaz de cuanto ha realizado Jesucristo para salvar al hombre, partiendo de su muerte redentora y de su resurrección, que es el sacrificio pascual de los cristianos. El año litúrgico no es, por lo tanto, una secuencia de misterios aislados, una presencia estática del misterio de Cristo, sino una vertiente existencial, que se convierte en dinámica de comunión-comunicación, es decir, en vida de la Iglesia.