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Es clásica la relación entre “las vocaciones” o llamadas de la primera lectura y del Evangelio de este domingo. Se describe, en primer lugar, la llamada de Eliseo. El manto es el símbolo del carisma profético que se transmite como una investidura. El arado, símbolo del trabajo de Eliseo, se convierte en el signo del nuevo trabajo del apóstol, ya que “ninguno que ha puesto su mano en el arado y después se vuelve atrás es digno del reino de Dios”. Ésta es la principal diferencia entre la perícopa de Eliseo y la perícopa evangélica. La vocación al Reino, que pide Jesús, es exigente y radical. Es necesario no apoyarse en medios humanos y naturales. Es necesario que haya prontitud de respuesta y abandono del pasado. Es necesario mirar al futuro, hacia la Jerusalén de la entrega total. “Si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. San Pablo dice que nuestra vocación es la libertad, por eso la libertad es el gran don de la redención, ya que hemos sido librados de la esclavitud del pecado. Es la libertad que supera el egoísmo y nos centra en el amor. La vocación cristiana es cortar con un pasado cómodo o con costumbres aceptadas. La vocación cristiana es renuncia y distanciamiento de los bienes materiales, de los efectos poco convenientes y de las decisiones superficiales. La vocación cristiana es contraria a la nostalgia. La vocación cristiana nos lleva siempre al terreno del amor auténtico y de la fe comprometida. Nos abre a los demás liberándonos de estar encerrados en nosotros mismos. La vocación cristiana nos mueve a caminar por la senda del Espíritu liberándonos de los deseos de la carne. La vocación cristiana nos hace encontrar al Señor como lote y heredad perfecta, como bien supremo, que nos sacia de gozo en su presencia y de alegría perpetua.