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Un mandamiento de la Ley no es un protocolo en el trabajo. Un mandamiento que Dios da a los hombres nace de lo que Dios es. Por eso, para poder cumplir con unos mandamientos recibidos de Dios, el hombre tiene que aprender lo que Dios es, tiene que experimentar con Dios, conocerse y tratarse. Si el hombre aprende a escuchar, si es capaz de relacionarse con Dios, comprenderá que Dios no le propone algo externo y casual, sin importancia, que pueda cambiarse por otra forma de hacer, sino que en esos mandamientos el hombre va a poder conocer mejor a Dios. Dios da mandamientos a su pueblo para que lo conozca mejor y lo ame más. De ahí que saber conducirse por la vida parte de saber que Dios es el único Señor. La experiencia de Israel, de pueblo liberado de la esclavitud, no le tiene que abrir la puerta a creer sin más, a creer en un Dios que les ha sido benévolo en circunstancias adversas, sino en que este es el Dios que tiene poder sobre todo, no puede haber otro igual. No, ni igual ni parecido, no puede haber otro. Y todo lo que vivan, todo lo que decidan, les tendrá que servir para no olvidarse de que ellos no son dioses, de que otros no son dioses, de que no hay otros dioses: en su mente, en su corazón, en su frente y en sus muñecas, Israel deberá mantener el recuerdo de que Yahveh es el único Señor.
La vida consiste en llevar esta Ley, en llevar lo que Dios es, a lo profundo del corazón, porque una vez que esta relación con el único Dios haya traspasado de lo superficial a lo profundo del corazón, entonces podrá afectar a todo lo que salga del corazón, Dios afectará a toda la inteligencia y a toda la voluntad, que en él residen. Jesucristo va a renovar la antigua Ley de una forma misteriosa: el mandamiento es el mismo, sigue siendo válido, pero ahora todo el mundo va a poder comprobar hasta dónde puede llegar el amor que Dios tiene por los hombres, el que Él pide, pues Dios puede ahora amar con un corazón humano, con un amor humano desde el que irradiar el amor divino. Quien acoja ese amor humano del Hijo de Dios, recibirá el amor divino que en su ser Dios nos ha traído. La segunda lectura nos advierte, de hecho, de la importancia de esto: Cristo, el sacerdote, el Dios y hombre, el mediador entre Dios y los hombres, ha cumplido como hombre el mandamiento primero, y ahora llena de fortaleza a quien lo escucha y obedece.