«Caminando en esperanza» es el lema con el que la Iglesia celebra el 2 de febrero la Jornada de la Vida Consagrada, coincidiendo con la fiesta de la Presentación del Señor. Un día especial para pararse a valorar y agradecer el don de la vida consagrada tal y como el Espíritu la va suscitando en la Iglesia de cada tiempo.
El lema
Caminando es un gerundio que hace referencia a una acción continua y persistente, que no se cansa ni se detiene, que conlleva paciencia y tesón.
En esperanza indica un modo muy concreto de llevar adelante dicha acción a través de la virtud cristiana más necesaria para quien desea vivir en marcha y volcado hacia el futuro que hemos de construir todos los miembros de la Iglesia unidos.
Si el año pasado recordábamos que ir «caminando juntos» es el modo natural de vivir la dinamicidad propia del pueblo de Dios —que es pueblo y lo es del camino— y, por tanto, de la vida consagrada, este año contemplamos el talante y el horizonte de aquellos que, en medio del mundo, pero sin ser de él, se consagran a Dios «caminando en esperanza» para ser cada día apóstoles del reino, levadura en la masa, semilla en la tierra, sal en el guiso y candelero en lo alto.
Diversas formas de vida consagrada
En la Iglesia hay diversas formas de vida consagrada, están los que se dedican a la oración y a la contemplación en un lugar apartado de toda civilización. Y están también quienes, inmersos en el mundo, viven su consagración entre las más diversas actividades de la vida diaria.
Podemos agrupar estas formas de vida en 5 modos de vida consagrada:
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La Vida Eremítica:
Son los que conocemos como eremitas, ermitaños o anacoretas. Son personas consagradas por medio de los tres consejos evangélicos.
Viven apartados del mundo y se dedican a la oración, el silencio, la penitencia, toda su vida es para alabanza a Dios y salvación del mundo, intercediendo en favor de los hombres.
Pueden elegir el lugar donde vivir y dependen del obispo por el cual les reconoce.
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Las Vírgenes Consagradas
Son mujeres consagradas a Dios, que viven en estado de virginidad o de castidad perpetua.
Al obispo diocesano le corresponde celebrar el rito litúrgico, celebrando los desposorios místicos con Jesucristo y su vida es entrega al servicio de la Iglesia.
Su vida transcurre en medio del mundo dando un testimonio del amor de Dios, dedicándose a la oración, la penitencia, el servicio a los demás y el trabajo apostólico designado según sus carismas.
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Los Institutos de Vida Religiosa
La vida religiosa se distingue de otras formas de vida consagrada: «por el aspecto cultual, la profesión pública de los consejos evangélicos, la vida fraterna llevada en común, y por el testimonio dado de la unión de Cristo y de la Iglesia» (CIC 925).
Es un seguimiento más cercano a Cristo, comprometiéndose a vivir en pobreza, castidad y obediencia, los tres consejos evangélicos.
Junto a estos tres votos, algunos institutos añaden otros de acuerdo a su carisma.
Sus actividades son guiadas por unas constituciones, reglas o formas de vida, inspiradas por Dios.
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Los Institutos Seculares
Formados por personas que viven en el mundo, pero se consagran a Dios mediante los votos de pobreza, castidad y obediencia.
Viven cada uno en las circunstancias ordinarias del mundo, ya sea en familia, solo o en comunidad, pero siempre de acuerdo a las constituciones del instituto. Participan a través de sus vidas en la evangelización de la Iglesia, «en el mundo y desde el mundo mismo».
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Las Sociedades de Vida Apostólica
Las características que la definen son: el apostolado propio, la vida fraterna en común y la observancia de sus Constituciones.
Sus miembros no tienen votos públicos, pero sí algunas de sociedades, permiten que abracen los consejos evangélicos mediante un vínculo determinado por las propias constituciones.
Oración
No vamos solos.
Cristo nos une. Con él. Entre nosotros.
Y con tantos que viven, lloran, aman, anhelan,
crecen, luchan y esperan.
Cada vez más descalzos e inseguros.
Cada vez más cerca de la cruz
y lejos de los pedestales.
Cada vez más libres de modas e inercias.
Cada vez más capaces de reírnos
de nuestras pretensiones
y tomar en serio las suyas.
Unos, aún vacilantes,
dando los primeros pasos,
otros exigidos por el ritmo
de jornadas intensas,
y algunos, ya bien gastados,
vislumbrando la meta —que es abrazo—.
Juntos. Caminando en esperanza.
Hombres y mujeres de Dios,
consagrados a una misión, a un anhelo,
al proyecto de quien nos invitó
a compartir su camino.
Amén.