El 27 de julio de 2025, la Iglesia se detiene para celebrar la V Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, un día que ya ha echado raíces en la vida de muchas comunidades y que este año se abre con la voz serena del papa León XIV, quien ofrece por primera vez su palabra en esta ocasión. El mensaje, enmarcado en el Año Jubilar de la Esperanza, se deja guiar por un versículo que no describe una emoción, sino que revela una forma de habitar la vida: “Feliz el que no ve desvanecerse su esperanza.” Esta esperanza no surge de un instante, ni depende del resultado. Crece desde dentro, se cultiva en lo escondido, se fortalece en el paso del tiempo y se reconoce en quienes han vivido mucho y aún sostienen. Hay una hondura que no necesita explicarse, porque se manifiesta en gestos pequeños, en la manera de cuidar lo cotidiano, en la presencia fiel que ha aprendido a acompañar sin invadir, a callar sin rendirse, a dar sin esperar aplauso.

Muchos mayores han tejido su historia en silencio, con manos que han trabajado, con palabras que han consolado, con oraciones que han sostenido lo invisible. Sus vidas han sido semilla, raíz, cimiento. En sus rostros se refleja una luz que no proviene del entusiasmo, sino de la constancia. Han esperado con paz, han amado con perseverancia, han creído incluso en medio de pérdidas y despojos. Esa forma de vivir no se improvisa. Es fruto de una sabiduría encarnada, de una fe que ha atravesado muchas estaciones, de una mirada que ya ha aprendido a distinguir lo verdadero. Cada uno, desde su lugar, continúa entregando lo esencial: tiempo, ternura, memoria, bendición.

Esta Jornada invita a volver hacia ellos con sencillez y con verdad. A permanecer junto a quienes han permanecido. A escuchar sin corregir. A reconocer en cada persona mayor una presencia que sigue generando sentido. El Jubileo de la Esperanza nos recuerda que el encuentro transforma cuando se da sin prisa, cuando brota del deseo de compartir lo profundo. En la visita a un anciano, en la conversación que recupera una historia, en la mano que se ofrece sin plan previo, hay un resplandor que nace del Evangelio vivido. En ese espacio compartido, se revelan muchas veces respuestas que no llegan por vía intelectual, sino desde una relación que ha aprendido a mirar sin pedir explicaciones.

La esperanza que celebramos no es abstracta ni teórica, tiene nombre, tiene cuerpo, tiene arrugas y temblores, tiene silencios largos y pasos lentos, tiene una forma de amar que se ha purificado con los años y ahora irradia desde la sencillez. Por eso la Iglesia se acerca, no para recordar lo que fue, sino para acoger lo que sigue siendo fecundo. Cada persona mayor que vive desde el amor deja una herencia viva. No se entrega como quien finaliza una etapa, sino como quien sigue generando vida desde un lugar más profundo. Celebrar esta Jornada es dejarse alcanzar por esa herencia, recibirla sin miedo, y aprender, por fin, a vivir más despacio, más despiertos, más humanos.

Os compartimos algunos materiales para la V Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores: