Caminando juntos… en la fe, con esperanza, desde el amor… como comunidad parroquial

Los martes del curso 2024-2025, publicaremos una entrada que podría fomentar la reflexión y el crecimiento de nuestra vida espiritual, ayudando a mantenerla viva en el día a día:

La adolescencia y la fe: acompañando a nuestros jóvenes

Acompañar a los adolescentes en su camino de fe es una de las misiones más hermosas y desafiantes que tenemos como comunidad cristiana. La adolescencia es una etapa de descubrimiento, de preguntas, de búsquedas intensas… un momento clave en el que se definen muchas de las decisiones que marcarán su vida. En medio de tantos cambios, dudas y oportunidades, los jóvenes necesitan sentirse escuchados, comprendidos y acompañados en su relación con Dios. No se trata de imponerles la fe, sino de caminar a su lado, ayudándoles a encontrar en Cristo un amigo y un sentido para su vida.

Un Dios que no impone, sino que llama

A veces, nos preocupa ver que los jóvenes parecen distantes de la Iglesia, que cuestionan lo que antes aceptaban sin dificultad, que buscan respuestas fuera de los cauces tradicionales de la fe. Pero, ¿no es precisamente eso lo que caracteriza la adolescencia? Dios no se impone en la vida de nadie, sino que se deja encontrar, se revela en la libertad, en la búsqueda sincera, en la sed de verdad que arde en el corazón humano.

Jesús nunca obligó a nadie a seguirle. Llamó con amor, con paciencia, con una cercanía que desarmaba. «Venid y veréis» (Jn 1, 39), les dijo a aquellos jóvenes que se acercaban con curiosidad. No les dio un discurso, no les exigió nada. Solo les invitó a experimentar, a conocerle. Y así sigue llamando hoy, también a nuestros adolescentes. Nuestra misión no es empujarles, sino despertar en ellos el deseo de encontrarse con Él.

Una fe que responde a la vida real

Los jóvenes no quieren teorías vacías ni respuestas prefabricadas. Quieren autenticidad. Quieren una fe que tenga algo que decir en su día a día, en sus luchas, en sus sueños. Si la fe no conecta con su vida real, difícilmente podrá arraigar en su corazón.

Por eso, es fundamental que no les ofrezcamos solo normas y obligaciones, sino experiencias vivas de Dios. Una fe que se comparte, que se celebra con alegría, que ilumina sus preguntas y da sentido a sus inquietudes. Necesitan ver que Dios no es un concepto abstracto, sino alguien que camina con ellos, que les ama como son, que les invita a crecer sin miedo. Como dice el Papa Francisco, “Jesús no ilumina solo nuestro interior, sino toda nuestra vida” (Christus Vivit, 244).

Un acompañamiento que escucha y comprende

Para que los adolescentes descubran la belleza de la fe, necesitan referentes. Necesitan adultos que no solo les enseñen, sino que les acompañen con paciencia, con ternura, con una escucha sincera. Más que discursos, necesitan testigos. Personas que con su vida les muestren que seguir a Cristo es un camino de plenitud, de libertad y de alegría verdadera.

Acompañar a un joven en su fe no significa tener todas las respuestas. Significa estar ahí, incluso cuando se alejan. Significa confiar en que Dios sigue actuando en su historia, aunque a veces no lo veamos. La semilla que hoy parece dormida, puede dar fruto en el momento menos esperado.

Que sepamos ser para ellos rostros de un Dios cercano. Que, en nuestra manera de escucharles, de comprenderles, de animarles, puedan descubrir el amor de Aquel que nunca deja de llamar a su puerta. Porque, al final, la mejor forma de ayudarles a encontrar a Dios es reflejar su amor con nuestra vida.